Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ya sé que nadie, a excepción de los pobres, se baña dos veces en el mismo río, si bien el hábito de no votar ayuda a mirar la política con la misma distancia que un pescador sin ilusiones puede mirar el agua del río. Ves pasar a los ministros, que vienen y van, y compruebas que, por el mismo camino que el azar los trae, la lógica se los lleva. Y, sin embargo, alrededor de este fenómeno, que no sugiere más fantasías que la tabla de multiplicar, todo son preguntas en serie, es decir, encuestas, con arreglo a un procedimiento industrial que consiste en estandarizar a los políticos para poder estandarizar la inquietud social, que al final, y gracias, precisamente, a la magia de las encuestas, deviene siempre en género periodístico de evasión. Por eso las encuestas se despachan en domingo.
La magia de una encuesta consiste en ofrecer al lector aburrido de la rutina de la oficina una oportunidad de tener un atisbo de muchos seres extraños. Por ese lado, como ven, no se diferencia gran cosa de la neurastenia, aunque la neurastenia suele ser causa de baja laboral, mientras que una encuesta no puede dar lugar a otra baja que la de la suscripción al medio que la publica, si las expectativas de extrañeza que uno pone en los seres expuestos al atisbo dominical quedan defraudadas. Desde luego, no es mi caso, pues confieso la enorme extrañeza que me produce el dato, común a todas las encuestas, de que el ministro de la Policía es el político mejor valorado por la población. Pero, ¿no se dijo siempre que en España todos éramos anarquistas? Madariaga llegó incluso a proponer el modelo de Ortega, quien, «como tantos españoles», fue conservador de instinto, liberal de costumbres y anarquista de tendencias innatas.
La magia de una encuesta consiste en ofrecer al lector aburrido de la rutina de la oficina una oportunidad de tener un atisbo de muchos seres extraños. Por ese lado, como ven, no se diferencia gran cosa de la neurastenia, aunque la neurastenia suele ser causa de baja laboral, mientras que una encuesta no puede dar lugar a otra baja que la de la suscripción al medio que la publica, si las expectativas de extrañeza que uno pone en los seres expuestos al atisbo dominical quedan defraudadas. Desde luego, no es mi caso, pues confieso la enorme extrañeza que me produce el dato, común a todas las encuestas, de que el ministro de la Policía es el político mejor valorado por la población. Pero, ¿no se dijo siempre que en España todos éramos anarquistas? Madariaga llegó incluso a proponer el modelo de Ortega, quien, «como tantos españoles», fue conservador de instinto, liberal de costumbres y anarquista de tendencias innatas.
Pues ya no deben de ser «tantos» los españoles como Ortega, al menos entre los españoles que contestan en las encuestas, cuyas preferencias vienen a revelarnos una sociedad amante del orden y, mayormente, de la TV. Se conoce que la generación que ahora tiene verdadero peso en las encuestas es la que hace quince años gritaba «¡Po-li! ¡Poli! ¡Poli!» y «¡Solana, c..., queremos televisión!» cada vez que llenaba el Palacio de los Deportes para ver al «Potro de Vallecas», lo cual no supone renuncia alguna a seguir siendo liberales a nuestra manera. «Soy abogado, psicólogo y, por ende, una persona liberal y comprensiva —escribía el otro día un lector—, pero creo que la legislación es tan blanda que fomenta la delincuencia. Nunca han existido en España tantas muertes violentas, y por ello creo que debe incorporarse la cadena perpetua.»
Tanto la cadena perpetua como el amor al orden y a la TV son, simplemente, preferencias. De gente bien, pero preferencias, al fin y al cabo. Borges pensaba que detrás de toda preferencia bien puede haber una superstición. También puede haber bien una razón, y hasta una teoría bien puede haber, como, por ejemplo, la del «Preferidor racional», del filósofo Muguerza, pero no me acuerdo de ella y no es cosa de levantarse a mirarla. El periodista se debe al punto de vista, y el punto de vista tiene una ética que impide jugar con ventaja. Tampoco al encuestador que aborda a la gente por la calle para sonsacarle sus preferencias ministeriales nadie le dice: «Un momento, joven, que me va a permitir usted que extraiga de mi trenka mi Borges o mi Muguerza para contestarle como se merece.»
Pero si se puede ser periodista y cortés y se trata de preguntarse por qué en un país políticamente tan estirado como el nuestro la gente valora más al ministro de la Policía que al ministro de Obras Públicas o que a la ministra de la Educación, de la Cultura o del Deporte, la respuesta es: «¡Vaya usted a saber!» Quizás la gente vea, de pronto, más expectativas en el criterio según el cual la política ha de estar sometida a la inteligencia y no al contrario, aunque personalmente no me parece tan tonto el criterio de quienes, agarrándose al cumplimiento de las expectativas, sostienen que en Sidney hemos logrado un triunfo, dado que no íbamos a ganar y, en efecto, perdimos.
(La gente) hace quince años gritaba «¡Po-li! ¡Poli! ¡Poli!»
y «¡Solana, c..., queremos televisión!» cada vez que llenaba
el Palacio de los Deportes para ver al «Potro de Vallecas»
Madariaga llegó incluso a proponer el modelo de Ortega, quien, «como tantos españoles», fue conservador de instinto, liberal de costumbres y anarquista de tendencias innatas.