Fraga en la playa de Quitapellejos, Palomares
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con Guardiola tomando (por derecho) el Bernabéu y con Torra y Pla tomando (ilegalmente) La Moncloa, el coronavirus, acosado por ministrillos en ruedas de prensa, impasible, avanza, y Steve Bannon anuncia el final del Partido Comunista de China, destruido, en su visión, por la Peste: los comunistas (esos animales, decía Cabrera, que después de leer a Marx atacan al hombre) pueden controlar al disidente, pero no al virus. Y cuando un comunista no controla al prójimo (al coronavirus), palma.
–Lo que hay es que saber sacarle sustancia, ejemplo y dignidad al espectro de la peste –era el consejo periodístico de Ruano–. Echarle valor al miedo.
Con el coronavirus regresamos al cuento árabe del rey que, al saber que la Peste se avecinaba a su pueblo, montó su caballo y fue a la gran puerta de la muralla para impedir que entrara a hacer estragos. Ella le dijo que Dios la había enviado para llevarse cuatro mil almas (el famoso porcentaje de los doctores de nuestro magnífico sistema sanitario). El rey condescendió con una condición: “Está bien. Pero sólo cuatro mil. De haber más muertos, te mato.” Desde una torre el rey iba contando los cadáveres, que rebasaban por miles la cifra convenida. Y esperó a la Peste en la puerta de la ciudad, donde, furioso, le reprochó haber matado a cuarenta mil personas. A punto de ser decapitada, la Peste aclaró: “Yo sólo me he llevado a cuatro mil, según mi promesa; a los demás, los mató el Miedo”.
¿Miedo, Pedro Sánchez?
Sánchez se cree Zaratustra. No lo es, pero tiene algo de nietzscheano. Nietzsche se abrazó a un caballo en la calle y Sánchez se agarra a Torra y Pla en La Moncloa.
–Lo que no me mata me hace más fuerte –dijo el loco sajón.
Sánchez, que tiene a media España (la de la nómina del Estado) en el bolsillo, tendrá a la otra media si, antes que Xi Jinping le pise el truco, procede, como Fraga en Palomares, a la machada de inocularse el bicho de moda, como prescribirían los homeópatas Hahnemann… y Toni Roldán.