Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ahora mismo, el ideal del españolejo (de español y conejo, hijos, ay, de la Hispania romana y la I-shepham-im –costa o isla de los conejos– fenicia) me viene de Sevilla:
–A mí me gustaría vivir como vivo, pero pudiéndolo pagar.
Claro que el entusiasmo por el ideal es incidental en el hombre y no se puede confiar en él, avisa Santayana para prevenirnos de “la mala memoria y peor índole de los conversos, los infieles y los revolucionarios”, que es justo lo que tenemos con el Gobierno de la Dignidad.
–Para justificar su apostasía y curar las heridas que ésta pueda haber producido, requieren el bálsamo de la difamación de su pasado y necesitan conseguir que esta “detractación” [memoria histórica] se imponga a su alrededor. Ellos son los fundadores de las peores tiranías.
¿Por ejemplo?
No se me ocurre un infierno más insoportable (ni más asequible) que el paraíso comunista descrito en “La ideología alemana” por Marx: un mundo sin propiedad privada (“¡tó pal pueblo!”) cuyos bienaventurados echarán el día, que es decir la eternidad, “cazando por la mañana, pescando por la tarde”, paseando al perro al anochecer y “dedicándose a los debates literarios después de la cena”.
Actualizado por Pablemos, en ese paraíso marxista caza y pesca estarían prohibidas y pasearían únicamente los perros con rabo tan largo como la coleta del Amado Líder. En cuanto a los debates literarios, una vez canceladas las cenas, por ser lo que más engorda, quedarían reducidos a un chat (para abonar la tasa Google) con las tres Cristinas del nuevo Siglo de Oro, Morales, Fallarás y Pedroche, bajo supervisión de Irene Lozano, que es, por sus querencias paulinas, como el Fray Justo Pérez de Urbel del sanchismo.
–A mí me gustaría vivir como vivo, pero pudiéndolo pagar.
He ahí el ideal nacional. Ratonil, si quieren, pero un ideal. El ideal cumplido del idealista supremo de España, Pablemos, de viveza marcadamente ratonil (tiene cara de gustarle el queso y asusta a las mujeres).