domingo, 7 de julio de 2013

Rock


Hughes
Abc

La decencia es una batalla eterna entre el roquero y el concejal de cultura. Y lo decente sería algo así como la traslación pública, municipal y espesa de lo sagrado. Nunca he sido muy roquero, pero entiendo que el rock es necesaria provocación. Por eso veo un acierto y un éxito que un grupo de rock clásico decida llamarse Vucaque y entiendo normal y hasta necesario que muy pronto se les cruce una concejala de cultura que les niegue escenario por llamarse así. Si la guitarra de Billy Bragg iba buscando fascistas, la guitarra de Ariel, que la va tocando como un zahorí que se adentrase en el público, es una detectora de mojigatería y por ello, por encima de sus indudables virtudes musicales, ya puede decirse que ha triunfado. Escandalizar es el deber del roquero joven y para ello es necesario que exista la concejala de cultura. La concejala de cultura tiene la función antropológica de ser sacerdotisa de lo correcto.

Vucaque actualizan el satanismo cansado de los cuernos que exhibe el roquero veterano, que son como su kowawunga surfero. El rock es satánico, debe serlo y pocas cosas como una actriz sedienta rodeada del clac, clac, clac unánime de una orquesta de violines machos.

A mí el vucaque me interesó hablando del cuplé. Para mí, el cuplé fue siempre sicalíptica soledad de la mujer ante una audiencia de hombres. Y Sara Montiel fue la primera que invierte la relación de poder. Me preguntaba yo quién sería la Sarita del vucaque, pero debería preguntarme otra cosa: ¿habria un vucaque de roles cambiados? ¿Una sucesión de clímax femeninos que un único hombre recibiese entre devoto, sumiso y ansioso? ¿Un vucaque de señoras una detrás de otra en el ápice del ay que recibiese un varón suertudo?

Pedimos la masculinización del vucaque  y lo que a una concejala tendría que preocuparle es precisamente eso: ¡la paridad del vucaque!

Vucaque, por tanto, tienen el academicismo de irse a las raíces y la congruencia filosófica de andar con satanismos, de buscar la transgresión posible. Para estos jóvenes hubiese sido muy fácil dedicarse al rock sinfónico (lo peor de ambos mundos) o aún más fácil: rendirse al cinismo tuitero, electro y diyei. Pero no, Ariel ha hecho algo estupendo: asumir la profesión del roquero, la entereza mártir de su estatuto, y con meses de vida ha conseguido lo que muchos no conseguirán jamás: que se les repliegue lo oficial.

La teta presupuestaria quizás no la vean por ese camino, pero de las otras se van a hartar.

Esa concejala estaba acostumbrada al vucaque presupuestario, al músico mamandurrio y acomodaticio, pero se ha encontrado con la guitarra viril y vucaquera que pide la chavala ideal, la sumisa/dominante, la renovación japonesa del ideal femenino.

Parece ser que el vucaque nace como castigo medieval japonés a la mujer adúltera (¿no querías caldo! ¡Pues dos tazas!). Con el tiempo se convierte en una extraña, friqui y hasta desagradable práctica que, sin embargo, explora algunos límites y a la vez reactualiza el ideal femenino.

Cómo hubiera disfrutado César, el divino César, con estas cosas…

El vucaque tiene algo de empoderamiento femenino y nace de la absoluta fascinación por la mujer. No le vería yo sólo el lado dominante, vejatorio. Hay una profundidad transgresora en la cuestión y algo que hace pensar: la ritualización. En su ceremonial ritualizado hay mucha miga. Pero ese es otro tema.

Toca ponerse del lado de Ariel y sus colegas, que no podrán tocar ya en esas fiestas municipales, pero que pueden sentirse roqueros exitosos. Al leer hoy la columna de Gistau sobre el asunto recordé algo: Ramoncín, roquero independentista tristemente de actualidad por su espeluznante versión de Lluís Llach, hablaba una vez en la radio de Eddie Vedder, el cantante de Pearl Jam. Elogiando su música, encontraba Ramoncín que, sin embargo, no estaba bien salir al escenario bebiendo morapio, que Vedder era ejemplo para muchos niños y que esas apologías harían mucho daño. Ramoncín, roquero oficial, académico del sillón R de rock and roll, estaba siendo el roquero de la ejemplaridad.

Pero el rock es el territorio algo campanillesco de la juventud, la rebeldía, el sexo, la libertad, el desorden, la transgresión y el narcisismo más encantador. Con la chulería del nombre, Ariel ha triunfado nada más llegar. Ser prohibido por indecente en esta España es una genialidad.

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