El doctor Esquerdo
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Vengo de certificar una carta en Correos. “¿Calle?”, me pregunta la funcionaria.
–Ortega y Gasset…
–¿Ortega con hache?
–Sin hache, sin hache.
–¿Alguna cosa rara más?
Y ésta es la conversación más “barcenasesca” que he tenido en la última semana, lo que me hace sospechar que, en la calle, Bárcenas no importa a nadie, por mucho que la tertulianez nos machaque con su nombre como el gobierno americano machaca con Bruce Springsteen a los prisioneros de Guantánamo.
Ruidajera de café.
La democracia liberal es anglosajona, una cultura sin cafés, es decir, sin golpismo.
Aunque el café es una institución europea (“el club del espíritu y el apartado de correos de los ‘homeless’”, dice Steiner), el golpismo de café es una cosa nuestra.
Camba contaba (muerto de risa por dentro) que, cuando se proclamó la República, todos los amigos lo dejaron solo en el café.
–¡Acabemos con la política de café, plaga del gobernante! –dirá luego, desde el banco azul, Azaña, quien nunca había hecho otra cosa.
Marañón, liberal anglosajón, y Unamuno, golpista de café, discutieron mucho de esto.
El hombre de la calle que hace la historia y el hombre de café que la envenena.
Corrillos, cotarros, tertulias. En una palabra, demonarquía, o gobierno de las ranas: un ministro que quiere prosperar, un periodista que quiere mandar… y ya tenemos la tropilla catilinaria que ha de moverle la silla a Mariano, que podría cantar, como Lavoe, “Un periódico de ayer”:
–Tú no serviste pa'nada mami / y al zafacón yo te eché…
Este acoso a Mariano recuerda al de aquel loco que, aprovechando que el doctor Esquerdo estaba solo, entró a su despacho con un cuchillo y gritando: “Hoy no se me escapa, hoy le voy a degollar a mi gusto”. “Bien, hombre –dijo el doctor–, me parce bien. Pero ¿has pensado lo que vas a hacer con la sangre?” El loco, desconcertado, se fue por un barreño, y entonces el doctor pidió auxilio a los loqueros.