Abc
Los tertulianos piden cuero y ahí tienen el que les cae del cielo: lo que vale Bale.
Con la que está cayendo (frase-pin del tertuliano), ¿se pueden pagar cien millones por Bale?
Bale, el Gordillo galés, es el último grito en tuneladoras de fútbol (una tuneladora que avanza al son de “Sexbomb, sexbomb, you're a sexbomb / You can give it to me when I need to come along / Sexbomb, sexbomb, you're my sexbomb”), y un juguete así no se le iba a escapar a Florentino Pérez.
De cara, a Bale yo lo confundo con un buen torero, Viti (Víctor de la Serna, no Santiago Martín), alternativado por Joselito Arroyo y Julián López en la plaza de Burgos que ahora derriba por que sí su alcalde, y además ese tal Bale está empeñado en venir a España, cosa que para mí ya lo hace más español que Sergio Ramos, tercer batueco en teñirse de rubio, detrás de Juanfran y Cañete.
Hasta un hombre tan frío como Hughes admite públicamente que va al trabajo dibujando mentalmente alineaciones con Bale, y lo que falta es que Villas Boas pueda dibujarlas sin Bale.
¿Vale Bale cien millones?
–¡Se está gestionando el centro como si fuera una empresa! –denuncian los sabios adscritos al Museo del Mono en Burgos (técnicamente, nada más y nada menos que Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana), en tratamiento psicológico porque la dirección los invitaba a emplear sus vacaciones en excavar un poco en Atapuerca, donde ha aparecido bajo los escombros un cuchillo de postre, lo que científicamente indica que mis antepasados (uno es de aquella parte) gustaban de sentarse a pelar una pera después de comerse a un cuñado.
Bale, pues, no es una cuestión moral, sino empresarial. El Madrid no es un museo, sino una empresa (la más rica del mundo en el ramo del fútbol, según “Forbes”) y Bale sólo es la inversión que necesita para seguir siéndolo.
Pero los balizas de la ética (otro hallazgo hughesiano) están para echar broncas, no cuentas.