Ayer por la noche en un restaurante del barrio del Raval barcelonés le prometí a C. que me leería un poema de Benedetti, Los pitucos. No me atreví a decirle, viendo el entusiasmo que manifestaba, que este poeta uruguayo no es un santo de mi devoción. Me imagino que ella, que es muy cuca, se dio cuenta sin que le dijera nada y esta mañana me ha mandado a Los pitucos en un mail.
La cosa viene a cuento del sutil, pero profundo clasismo barcelonés. No se deja ver porque ya no es elegante vivir tras un escaparate, pero existe. ¡Menuda que sí existe! Tanto es así que el gran Javier Pérez Andújar tiene dicho que es charnego el que no ha ido a la escuela con nadie. Y de eso, exactamente, va la cosa.
No es una casualidad que el sistema escolar catalán esté dividido en dos tipos de escuelas: las que garantizan a sus alumnos una agenda dorada que les permita liberarse de toda sombra de charneguismo, y las que, básicamente, ofrecen buenas palabras... que entre otras cosas tienen por misión hacer olvidar que aquí el que manda, manda... aunque no le guste hacerse oír. Los que mandan de verdad siguen celebrando sus cultos de la fertilidad, pero les ponen sordina a sus ménades y a sus sátiros.
Se diga lo que se diga, para obtener un trabajo, mucho más importante que un título es disponer de amistades que te lo puedan dar. Y es por eso que los pobres de mi generación nos hicimos funcionarios, que es una cosa que había antes de la crisis.
Me atrevería a añadir que si en algún lugar está enmascarado el clasismo de la sociedad catalana es en las escuelas progres en las que a los niños se les dice que si son espontáneos, críticos, autónomos, creativos, ecológicos, pacifistas y usan Internet, vivirán en el País de Nunca Jamás. Pero resulta que para ir al País de Nunca Jamás hay que saber inglés... que es lo que las escuelas no tienen tiempo de enseñar con tanto insistir en la importancia de los valores.
Aquí, ni en medio de esta crisis, que tan claramente está mostrando hasta qué punto las clases medias van desnudas, nadie les dice a los pobres (porque sería de muy mal gusto) que ser pobre no es un chollo, por mucho que uno adorne su pobreza con diplomas y licenciaturas baratas. Que de la pobreza se sale difícilmente y que la única manera de salir es, visto que no se dispondrá nunca de la agenda dorada, hincando los codos en el pupitre hasta sacarle el único petróleo que encontrarán los pobres en su vida: el del saber.
La cosa viene a cuento del sutil, pero profundo clasismo barcelonés. No se deja ver porque ya no es elegante vivir tras un escaparate, pero existe. ¡Menuda que sí existe! Tanto es así que el gran Javier Pérez Andújar tiene dicho que es charnego el que no ha ido a la escuela con nadie. Y de eso, exactamente, va la cosa.
No es una casualidad que el sistema escolar catalán esté dividido en dos tipos de escuelas: las que garantizan a sus alumnos una agenda dorada que les permita liberarse de toda sombra de charneguismo, y las que, básicamente, ofrecen buenas palabras... que entre otras cosas tienen por misión hacer olvidar que aquí el que manda, manda... aunque no le guste hacerse oír. Los que mandan de verdad siguen celebrando sus cultos de la fertilidad, pero les ponen sordina a sus ménades y a sus sátiros.
Se diga lo que se diga, para obtener un trabajo, mucho más importante que un título es disponer de amistades que te lo puedan dar. Y es por eso que los pobres de mi generación nos hicimos funcionarios, que es una cosa que había antes de la crisis.
Me atrevería a añadir que si en algún lugar está enmascarado el clasismo de la sociedad catalana es en las escuelas progres en las que a los niños se les dice que si son espontáneos, críticos, autónomos, creativos, ecológicos, pacifistas y usan Internet, vivirán en el País de Nunca Jamás. Pero resulta que para ir al País de Nunca Jamás hay que saber inglés... que es lo que las escuelas no tienen tiempo de enseñar con tanto insistir en la importancia de los valores.
Aquí, ni en medio de esta crisis, que tan claramente está mostrando hasta qué punto las clases medias van desnudas, nadie les dice a los pobres (porque sería de muy mal gusto) que ser pobre no es un chollo, por mucho que uno adorne su pobreza con diplomas y licenciaturas baratas. Que de la pobreza se sale difícilmente y que la única manera de salir es, visto que no se dispondrá nunca de la agenda dorada, hincando los codos en el pupitre hasta sacarle el único petróleo que encontrarán los pobres en su vida: el del saber.