sábado, 6 de julio de 2013

Mario Conde

Hughes
Abc

Con elipsis que parecían un adolescente saltando en la noche de San Juan, Días de Gloria intentó explicar el encontronazo de Conde (sociedad civil zen) con la «oligarquía dominante». Tuvo gotas de hilarante ucronía, como llegar a Banesto para hacer «economía real». O reprochar a Abelló que quisiera quedar con los Albertos («Juan, que son de la Beautiful…»). Poco lujo y pocas anécdotas, salvo ese cruising financiero de quedar con De la Rosa en un urinario público.
 
Mario Conde tuiteó su propio biopic. Como un modelo obsesivo que posa y a la vez le dirige al pintor las pinceladas. Hasta en la entrevista posterior con Ana Rosa/Dra. Melfi (le faltaban el sofá y el conde Lecquio) quiso precisar tanto el relato victimista que se olvidó de su propio personaje. Un Conde deslucido, sin empatía y sin misterio, un Gatsby sin Daisy.
 
Su atractivo fue siempre la ambición. ¿Qué pretendía? —Navegar.
Cuando en España se tiene todo sólo queda tener la amistad del Rey, añadió Peñafiel. Le ha quedado una melancólica obcecación vagamente grogui, la gestualidad aznarí (ese reír con las patas de gallo) y unas trepidantes argumentaciones socráticas para darse la razón en las tertulias.

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