miércoles, 20 de junio de 2012

El hombre y la Tierra, y la mujer

Poza de la Sal, Burgos

Jorge Bustos

Nunca he entendido las sonrisas maliciosas que suscitan los famosos cuando contestan –o contestaban, que ya se ha perdido hasta ese decoro de la pose sensitiva– al entrevistador que ellos lo único que ven en la televisión son los documentales. Sospecho ahí una cierta displicencia popular hacia el género del documental que no puedo consentir. El famoso se acogía al documental como a una credencial de buen gusto, calculando una pátina de ilustración darwiniana a lo Master and Commander, sabiendo que nadie puede atacarte por ver documentales y sí por atracarte de realities a dos carrillos. Actuando así, el famoso revelaba la proverbial estupidez que lo constituye como famoso, porque sólo un tonto asocia respetabilidad a la carnicería que las hienas deparan al ñu cojo abandonado por la manada, al que devoran literalmente vivo, sin molestarse en matarlo primero, operaciones estas cuidadosamente soslayadas por la mano apócrifa y degenerada de Walter Disney.

A uno, bien que no siendo aún suficientemente famoso, le fascinan los reportajes sobre ecosistemas naturales de un modo positivo y absorbente, la abisalidad bíblica de las Marianas o la cruenta sabana del Serengeti o las jacarandosas riberas amazónicas me cosen sin resistencia posible al televisor cuando almuerzo en casa, y si el episodio es especialmente bueno me cuesta dominarme para no salir al balcón a pegar rugidos. Pero como de veras pierdo el sentido del tiempo y del espacio es enfrentándome a los capítulos de El hombre y la Tierra en la voz del llorado Félix Rodríguez de la Fuente –el llorado Félix ya es un epíteto a la altura de las antiguas pesetas o el malogrado Papandreu–, que La 2 está reponiendo a la bendita hora de la sobremesa. El otro día me tragué íntegro el capítulo del azor, príncipe de las aves, y saqué algunas conclusiones propias acerca del impar arte documentalístico del llorado Félix.

Seguir leyendo: Click