sábado, 23 de junio de 2012

Gafas

Morante vigilando al palco, y a mano, las gafas de Arrabal, el Hegel de Melilla


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Unas gafas, para regocijo de los revistosos, le tiró Morante al presidente de la plaza de Alicante. ¿Por haber aprobado los toretes lenguaraces (de lengua colgante) de la corrida? No, por no concederle las orejas que de esos toretes lenguaraces culturalmente le correspondían.

    Es lo que querían los toreros del “patrás” y “pafuera” al pasar de Interior a Cultura: quitarle seriedad, que es una cosa fascista, al palco.

    Por culpa de los piperos, el fútbol se come a los toros: el “¡bieeen!” que sustituye al “ole”, las rayas del picador vistas como límites del área de penalti, y ahora, esas gafas que Morante le tira al presidente, que son las gafas que los delanteros chuletas le ponen al juez de línea (“linemán”, que decía Bilardo) cuando caen en el fuera de juego.

    La tauromaquia del momento ha echado a los toros (y a los aficionados) de las plazas para hacer hueco a unos toreros que creen que su misión socrática para con la ciudad es la misión providencial del tábano para con el caballo: excitarlo y hacerlo brincar.

    ¿Quién no brinca, si le tiran unas gafas de pasta?

    El lentejazo de Morante al presidente de Alicante es el balonazo de Messi al viejo del Bernabéu.

    –Cosas de genios –dicen los psicólogos de la socialdemocracia que nos hemos dado.

    A Paquirri, cuando era Fran Rivera, despreciar a una oreja con despecho morantino en La Coruña le costó una multa de la que sólo lo salvó la lógica alemana de Joaquín Moeckel.

    –Señoría, mi cliente tiró la oreja al suelo porque tenía garrapatas.
    
Ahora Moeckel puede decir que Morante tiró las gafas al palco para que el presidente leyera, si no a Hegel, que de ése todos los libros los tiene Tomás, a Arrabal, el Hegel de Melilla.