viernes, 22 de junio de 2012

Príncipe de Zamunda


Los críticos de Rajoy ya braman, sin embargo: en lugar de dar la cara en el debate del estado de la nación, dicen, se pasea por el mundo asumiendo sin rechistar la presidencia de países a los que no torturan los mercados, países con extraordinarios habitantes negrirrubios. ¡Eso es lo que Mariano quisiera! ¡Ser Presidente de las Salomón!

Hughes

Estaba Mariano Rajoy en la Onu y un portavoz le dio la palabra, presentándolo como Primer Ministro de las Islas Salomón. Rajoy caminó hasta el estrado con un ligero acongojamiento, agradeció al señor la introducción y dio su discurso como si tal cosa, como si de verdad fuera presidente salomoniano.

Técnicamente hablando, ese discurso en la Onu lo dio Rajoy como presidente de un archipiélago de Oceanía, porque en ningún momento hizo que el introductor rectificara. No replicó nuestro presidente, no hizo ademán de contrariedad, ni contestó al señor devolviendo el golpe con un “gracias, señor presidente de la Real Academia de las Ciencias Suecas”.

Hay analistas rencorosos que consideran que con esto le han devuelto con creces lo de Uganda, mientras que en la derecha más rendida  elogian de nuevo los silencios de Rajoy, la manera en que Rajoy calló y cómo, de no haber mediado disculpa posterior al discurso, ese silencio podría haber servido de título jurídico para reivindicar, quizás, el lejano archipiélago.

También sucede que si Rajoy hubiera intentado corregir el error su “Excuse me, but I am the President of the Kingdom of Spain” ya estaría de politono en todos los teléfonos móviles del país.

Pese a todo, uno reprocha a Rajoy que no haya sacado del error al auditorio, que no haya defendido más convincentemente su condición de presidente nuestro. Allá arriba, hablando de cosas globales, parecía que lo mismo le daba ser presidente de los españoles que ser presidente de los habitantes de las Salomón, donde nacen los negros rubios, como si Adán y Eva hubieran sido Seal y Heidi Klum -de modo que allí todos parecen Dennis Rodman-. A Rajoy no le pareció mal huir un poco de Rubalcaba, de Bankia y de todos nosotros y ser presidente de gente tan extraordinaria y, si no le llegan a pedir disculpas al final de su intervención, sale de la Onu montado en el coche oficial de Gordon Darcy Dilo, que así se llama el Rajoy de allí.

Esto dice también mucho del carácter de uno. Cuando vamos al médico y a la sala de espera llega una enfermera y pregunta por el señor Pérez y uno se apellida Martínez, aunque no hubiese nadie más en la sala no nos solemos levantar. Hay gente que lo hace, pero es la que luego se queja si yendo por un forúnculo sale de allí con un riñón de menos. ¿Por qué no se quedó en su sitio el presidente? ¿Por qué tuvo que asumir la presidencia de otro Estado con tanta docilidad?

En la Onu me parece a mí que juegan mucho a esto del cambio de rol, que es lo más refrescante para un mandatario.

-No te preocupes, Mariano, a mí me tomaron por Presidente de San Marino y, chico, los mejores momentos de mi mandato -le podría contar Zapatero.

A Aznar, por ejemplo, yo me lo imagino pidiendo que ya que se iban a equivocar que al menos le hicieran Presidente de Rusia o algo de ese nivel. Don Mariano, la verdad, no parece tener muchas ambiciones internacionales y está fundando una diplomacia del despiste y de la negritud. Si Aznar quería posar todos los focos sobre España, atlantizándonos, Rajoy juega al despiste remoto y quiere empequeñecernos, camuflarnos,  igualarnos dentro de la gran ensalada de estados de la Onu, a ver si así los mercados se buscan a otro.

Los críticos de Rajoy ya braman, sin embargo: en lugar de dar la cara en el debate del estado de la nación, dicen, se pasea por el mundo asumiendo sin rechistar la presidencia de países a los que no torturan los mercados, países con extraordinarios habitantes negrirrubios. ¡Eso es lo que Mariano quisiera! ¡Ser Presidente de las Salomón!

-Toma la palabra el señor Presidente de las Islas Salomón

Y don Mariano decide levantarse y caminar hasta el estrado y allí, dulcemente, disfruta contemplando los problemas del mundo desde un diminuto Estado sin demasiados problemas, donde la gente es negra y rubia, rubia o negra. Y  por un momento sueña que es otra vez presidente de Diputación, de una Diputación exótica, quizás, y lejana.