jueves, 21 de junio de 2012

Chiringuito

El Chiringuito de Ruano en Sitges

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    El Madrid de Dámaso era una ciudad de más de un millón de cadáveres y el Madrid de Sabina (“Sabina sí que es poeta”, dicen los joveznos de la Generación Mejor Preparada de la Historia) es una ciudad de más de cuatro millones de morosos esperando la transferencia de Alemania en el chiringuito, término felizmente acuñado por Ruano en el Sitges de los cuarenta.

    Madrid, España entera, es un chiringuito esperando a Mr. Marshall, que esta vez se llama Donald Trump:
    
España está enferma y hay que aprovecharlo –ha dicho Mr. Trump.
    
Se ve que Mr. Trump habla por lo que ve, y lo que hoy se ve en España es un país de tíos en chancletas y tías en bicicleta, que digo yo que si las mujeres se vieran por detrás cuando están sentadas en una bici el feminismo ya habría prohibido el ciclismo.

    ¿Con qué cara se acerca a Mr. Trump un tío en chancletas o una tía en bicicleta para decirle “Aprovéchese de mí, señor Trump”?

    Pero lo más decepcionante del chiringuito español es la lloradera por la falta de dinero de bolsillo. Por ahí fuera, de un país que mata toros (“¿No eran estos los que mataban toros?”, preguntó Bush cuando lo de Iraq), esperaban más presencia de ánimo. O menos farruquismo a lo Bardem, nuestra hechicera de la tribu, que una vez resuelta la papeleta del Sahara debe hacer frente a una lucha nueva: la del funcionario al que el gobierno quiere dejar sin Internet.

    Hagan eso y regresaremos a la polarización del funcionariado que describió Fernández Flórez: un grupo muy pequeño, que se dedicaba a escribir en los periódicos sin aparecer nunca por la oficina, y otro, muy numeroso, que iba a la oficina a leer lo que los primeros escribían en los periódicos.