viernes, 22 de junio de 2012

Tróspidos

Miguel 

Con los adjetivos tróspido, brutal y austero y buenos amigos en España se puede llegar a cualquier sitio. El tróspido es alguien de excentricidad genuina que con ella se intentara sobreponer a una dificultad de cuna, como el que incorpora un vicio a una minusvalía. Imaginemos a Lucía Bosé buscando pareja para Miguel...

Hughes

Ha empezado una nueva temporada del programa “¿Quién quiere casarse con mi hijo?”, el de los tróspidos, que fue el adjetivo que en internet se popularizó para intentar describir la primera edición.  No significa nada, pero qué más da. Con los adjetivos tróspido, brutal y austero y buenos amigos en España se puede llegar a cualquier sitio. El tróspido es alguien de excentricidad genuina que con ella se intentara sobreponer a una dificultad de cuna, como el que incorpora un vicio a una minusvalía. Imaginemos a Lucía Bosé buscando pareja para Miguel, a Tita para Borja, a Isabel para Kiko o a la duquesa de Alba seleccionando la novia de Cayetano. Lo cierto es que ya hubo intentos televisivos muy similares que no cuajaron, lo que hace pensar que no es que ahora se haga mejor o peor televisión, sino que España da para mejores castings.

En esta edición se nos presenta a Javi, un escupefuegos con aspecto de primo vigoroso de Luis Rollán o de un Paquirri inmortal que hubiera desviado su camino para ser gogó gay. Es una virilidad zahína destinada al morbo chueco. El chico, sin embargo, guarda todo su ardor literal de escupidor de fuegos para una mujer y entre tanto se deja fotografiar con cruces de esparadrapo en los pezones, que es algo a valorar para cuando en verano refresca y se marcan las tetillas en el lacoste.

Está Gabi, que es rubio, principesco y casiraghi, y Pedriño, moreno, bigotudo -el bigote contradictorio del motero- y gay, con la misma caída de hombros de David Delfín. Él se dedica a modisto de muñecas, al patronaje de barbies, porque si hay algo mejor que perpetuar el niño que fuimos quizás sea prolongar la niña que no se fue. Pedriño sólo tiene un requisito para sus pretendientes y es que no sean más modernos que él, algo que está muy bien dicho, porque la modernez resulta, como si fuera un atributo de índole sexual, algo a calibrar. La pareja totalmente moderna cae ya de lleno en el territorio paródico del anuncio de gafas. Una pareja de modernos es como una pareja macha o una pareja absolutamente fina: no hay la tensión cultural, ni la ironía interna que toda vida conyugal requiere.

Luego está Isidoro, émulo cani de Manolo Escobar, con su madre de Almansa. La gente se mondará con ellos porque el humor manchego ha acabado por ser lo que funciona en España. José Mota y Joaquín Reyes, para públicos distintos, han popularizado el acento y la pasmosa naturalidad perogrullesca del decir manchego, tan llano como su paisaje. Lo que también hizo Almodóvar. Tras la saturación del tópico andaluz, ¿no funciona lo manchego más cerca del absurdo? El absurdo español quizás esté en La Mancha y ésa es la encontrada modernidad manchega.

En fin, el programa puede despertarles alguna sonrisa. Si no lo conocen, párense a pensar en cómo se ven a sí mismos sin resorte inhibitorio alguno; en cómo les ven sus madres (sobre todo en Navidad, tras el champán). Imagínense depilados. Saquen pluma (si la tienen) o bíceps (si aún les queda). Así resultaría. Parecido.


Él se dedica a modisto de muñecas, al patronaje de barbies, porque si hay algo mejor que perpetuar el niño que fuimos quizás sea prolongar la niña que no se fue