Atardecer de mayo en Barbate
El atún de almadraba en el mercado
Novedad estatuaria en los patios de Córdoba
Abuelo y nieto de José Manuel Belmonte
Francisco Javier Gómez Izquierdo
“Se nos ha amolado mayo”, dice mi madre cuando algo le sale mal. No tengo idea del porqué de la frase y mi madre tampoco, pero lo cierto es que en mi pueblo de la Demanda las personas de respeto maldecían con cierta educación.
Los cordobeses adoran el mes de mayo, pero en años como el presente la criatura les sale infernal e insoportable y a un servidor le viene irremediablemente el dicho de mi madre y de mi tierra como si fuera pertinente explicación a las quejas locales contra la falta de misericordia de un sol impío.
La caló –omeya según don Ignacio- llegó el jueves, después de los primeros actos de la Copa de Europa y nos quitó las ganas de patios, montillas y caracoles. Mientras Émery, el entrenador actual más digno de respeto por descender de los primeros nobles españoles que ejercieron la práctica balompédica -su abuelo ganó ligas con el Real Unión y su padre fallecido este fin de semana jugó en mi Burgos el primer año que pisó Segunda división allá por los cincuenta-, daba otra lección de estrategia futbolística ante las huestes florentinas, sentí la llamada del atún del Estrecho y a Barbate que nos fuimos en busca de ventrescas, tarantelos y el frescor de la mar. Mi doña y mi chico me invitaron a comer el mejor atún del mundo -rojo de almadraba- en El Campero, santuario sagrado de la especie para que mayo se nos hiciera inolvidable.
Luego llegó ese Levante furioso y aullador que trastorna los cerebros más débiles entre Tarifa y la raya de Portugal y nos temimos lo peor en Córdoba. Como nos tenía dicho Juan Rosado, cuando en Barbate sopla levante fuerte, en Córdoba más de cuarenta. Y aquí estamos en mi barrio de Levante de Córdoba, esperando las semifinales de Copa de Europa, refugiados en casa y sin ganas de acercarse al calor del ordenador.