lunes, 25 de mayo de 2015

La de las Ramblas. Blandos, mansos y bobos, con un poeta en el palco




José Ramón Márquez
 
Los toros son muchas cosas, muchas más que un tío con un toro ahí abajo en el ruedo. Los toros es el rito, es la sujeción a las normas, es hacer las cosas como se debe. Y eso no sólo afecta a los toreros, a los que visten el oro y a los que visten la plata, sino a todos aquellos que forman parte del espectáculo, cuya primera misión es dignificarlo. Esto es especialmente aplicable a aquellos que están en la Plaza comisionados para hacer una labor, comenzando por el señor Presidente. El Presidente de la Plaza de Las Ventas no es un alcalde que ostenta el cargo por el birlibirloque de una coalición poselectoral, no es un empleado de los toreros ni de sus apoderados, no es un correveidile: es alguien que tiene una importante misión -y le sobran referentes en el pasado de cómo se dignifica el Palco, en los que podría mirarse si quisiera- y debe cumplirla de una manera exquisita, por decencia, por sentido del deber y de la responsabilidad. El hecho de que hoy el poeta don Julio Martínez Moreno haya transformado el Palco de Las Ventas en el de la portátil de Pinto, regalando un inmerecido triunfo con una magra petición, no hace sino abundar en la máxima orfandad en que se halla la Plaza, abandonada ya incluso por la Autoridad Gubernativa, la misma que hace unos días sacó equivocadamente el pañuelo por tres veces, otorgando un falso rabo en corrida de rejones. Si no se tienen los reflejos o los redaños para defender de manera permanente y militante la dignidad del Palco, hay que irse, y don Julio Martínez Moreno, visto lo visto, lo mejor que puede hacer es irse a cuidar de sus nietos y librarnos de su innecesaria presencia cuanto antes mejor.
 
Para el día de hoy, día del festín de la democracia, posiblemente con la finalidad de no estorbar a los abonados en su ansia por ir a depositar el papelín, y que pudiesen ausentarse muchos de ellos de sus localidades, la comprensiva Empresa confeccionó un cartel barato, barato, convocando a tres toreros low cost con una ganadería que no venía por el Foro desde el año doce, donde echó tres castaños y tres colorados para resarcirse de la del año once en la que finalmente sólo se lidiaron dos de los seis que trajeron. Tres años después, como de tapadillo, aquí volvieron las miserables Ramblas presentando sus harto conocidas señas de identidad: el descaste, la blandura, la mansedumbre, la bobaliconería. No imagino cómo el señor don Daniel Martínez y Martínez, representante y propietario de esta bazofia que adquirió hace ya veinticinco años, es capaz de seguir año tras año perseverando en la crianza de un subproducto tan asqueroso y ayuno de interés, y mucho menos aún se comprende cómo los empresarios de la Monumental, los Choperón Father & Son. tienen el cuajo de mandar a sus veedores a Elche de la Sierra a reseñar corridas de este hierro con destino a Madrid. Bueno, pues tras las visitas, las reseñas y las idas y venidas eligieron seis animales que en presentación fueron una escalera y en su previsible comportamiento fueron lo que se dijo más arriba, a lo que ahora añadiremos que el tercio de varas prácticamente ni existió.
 
Para dar fin de las prendas de Las Ramblas se trajeron a David Galván, Víctor Barrio y López Simón.
David Galván no oculta su admiración por ese torero llamado Julián López, el Pasmo de San Blas, y actúa en consecuencia adaptando su tauromaquia a la del ídolo. Bien es verdad que Galván ni cuenta con los terminales mediáticos ni con la influencia del de San Blas, por lo que no habiendo quien le cacaree para convencer a las buenas gentes de lo grandioso que es, lo que resta es un torero de muy poco interés que presenta un toreo basado en la más descarada ventaja y el descargue de la suerte, lo mismo que el ídolo. Recordamos aquel toro que le tocó a Galván en la confirmación de alternativa, toro de vaivén adaptado de perlas a los modos que presenta, que debe ser una losa enorme sobre su carrera, aunque tampoco puede decirse que los dos desgraciados que le tocaron en suerte hoy se comiesen a nadie. Ahí estuvo el buenazo del gaditano largando trapo, dando carreritas entre pase y pase y pegando telonazos hasta que se cansó. En el primero, primero, y en el segundo, después.
 
De las tierras segovianas vino Víctor Barrio (y es ya la tercera vez que le vemos en esta temporada).  Acaso por la cosa de las votaciones no le acompañó la nutrida colonia de paisanos que acostumbra e incluso echamos de menos los rostros de algunos de Riaza hoy en Las Ventas, que tendrían cosas que hacer. Víctor Barrio quiso dar alegría a su actuación: dio un farol de rodillas y pases cambiados en el inicio del trasteo a su segundo, encontrándose con los de las Ramblas para quitarle las ideas que pudiese traer preconcebidas. La verdad es que pensamos que Víctor Barrio necesita para brillar toros de mal genio y  malas intenciones que le ayuden a tapar sus defectos.
 
Y López Simón, el triunfador. Lo primero, lo óptimo, que es la manera en que se sacó al toro a los medios en el inicio de faena a su primero, andando, con gran torería, por bajo, que cuando el idiota de Diablo, número 41, se quiso dar cuenta estaba en el platillo de la Plaza sin saber cómo le habían llevado allí. A partir de ahí López Simón comienza su festival de suerte descargada, de despedir al toro lejos de él o de citar con el deprimente pico de la muleta, demostrando -eso sí- su voluntad de quedarse quieto. Así iban sucediendo las cosas hasta que al final de una serie salió trastabillado, momento en que la gente salió del sopor y empezó a jalearle. Sólo tenía que matar para obtener la oreja del trastabilleo y como además salió también trompicado del embroque, por no vaciar la embestida del toro, la pañolada era inevitable. Primera orejilla.  En su segundo que atendía por Hojaldrero, número 37, toro con cierto aire cérvido que era más feo que la china que dio los puntos en Eurovisión por Australia, retornó a sus viejos modos introspectivos y se movía por la Plaza como ensimismado, como un monje en el claustro de Silos, poco natural, vamos. En seguida se dio cuenta de que en las cercanías le podía poner el susto en el cuerpo al público más impresionable y decidió tirar por ese camino. Todo empezó cuando el toro se le quedó parado en medio de un pase y él -inconsciencia (?)- trató de cambiarle el viaje citándole por el otro lado. Fue un intenso momento en el que sólo se veía la cogida, pero afortunadamente el toro siguió parado y cuando el torero le volvió a citar por el lado que traía y el toro finalmente pasó, la Plaza le empezó a mirar con más atención. A partir de ahí López Simón decidió que la cosa iba de arrimón y a eso se dedicó con ahínco, poniéndose algo pesado. Un pinchazo y una estocada entera dieron lugar a que don Julio le franquease la Puerta Grande. Cuando lo hizo, más de la mitad del público ya se había ido, para que se vea el interés que creó el torero incluso entre los que le habían pañoleado. Ahora ya tenemos a López Simón de triunfador de la Feria y nos preguntamos qué tendrá que hacer la próxima vez que venga. Sus dos triunfos, el del 2 de mayo y el de hoy están basados en su disposición, el ¡ay!, el trompazo y en meter miedo en el cuerpo. Algún día tendrá que convencer toreando. De momento, sus orejas de hoy son como lo del resultado de las elecciones.

No se puede dejar de poner aquí a Jarocho, que estuvo hecho un tío con los palos, así como reseñar el trabajo de Tito Sandoval, ni tampoco que hoy Óscar Bernal trabajó por novena vez en la que para él debe estar resultando su más pingüe Feria de San Isidro.