martes, 11 de junio de 2013

La siesta del fan





Hughes
 Abc
 
Con los Roland Garros de Nadal y los Tours de Indurain los españoles nos hemos pegado algunas de las mayores siestas de nuestras vidas. Francia está reinventando la siesta española, dándole una profundidad y un sentido imperial. Si antes había siesta de pijama y orinal, ahora tenemos siesta de tie-break. ¿Habrá mayor dulzura que abrir el ojo, reabsorber la babilla y comprobar que a Nadal aún le quedan dos sets por delante? Yo ya veo la siesta como un deporte francés. Nos quedamos roque observando al titán, con el mando a distancia en lo alto del montículo abdominal (a mí sólo me falta el tapete de ganchillo) sabiendo que al final de esa siesta nos espera el himno. De vez en cuando algún lance nos sobresalta, pero pronto, adormecidos por el oleaje del peloteo («Nadal, Nadal, toujours recommencée», dirán ellos) y por la voz de Andrés Gimeno (que es una elegancia pre-Lobato), volvemos a caer. Nos dormimos mecidos por Nadal, en los brazos poderosos del (maravilloso gentilicio) manacorí.

El tenis es como los toros de los franceses, así que podemos imaginarnos un caballo con su picador saliendo también a la Pista Central.

Si nosotros Las Ventas, ellos Roland Garros, donde un público exquisito se reúne como para que los pinte un impresionista. Sacan sus prismáticos de ornitólogos y miran con asomo de indiferencia. Es un público, fíjense bien, que no come pipas, porque ya tienen la hipnosis horizontal del tenis (¡los puntos duran poco para que no caigan en trance!)

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