Para sacudirme el desencanto contra el que de conferencia en conferencia (hasta la dormida total) bracea Aznar, salgo a cenar.
En Madrid anda uno desencantado del fútbol y de los toros, para los que el gobierno madrileño de Nacho González ha sido más dañino que el gobierno catalán de Pepe Montilla.
Montilla se limitó a prohibirlos, pero González ha consentido en desvirtuarlos, que es un daño sin remedio, pues de toro a buey, como ha sido el caso madrileño, se puede pasar, pero de buey a toro, no.
Al restaurante va llegando gente que viene de la conferencia de Aznar con cara de va a pasar “algo”, y tan gordo, que seguramente nos impida a todos salir mañana a cenar.
Es el típico síntoma de una rancia neurastenia española que da el trato con políticos y cuyo inicio fechaba Pemán en 1808.
–Se empieza por asegurar que va a haber crisis y que hay mucho malestar. Luego se afirma que va a pasar “algo”. Se bebe whisky y se añade que todo está carísimo y que la gente no puede comer, en vista de lo cual todo el mundo decide ir a cenar.
Frente a la demagogia del aquí no se cena por falta de dinero, la verdad de Lopera expuesta a un mesonero arrendatario suyo que se le quejaba del alquiler:
–Ni crisis ni “ná”. La gente no sale a cenar porque no tiene de qué hablar.
Desde luego, en los restaurantes caros nunca hay mesa, y los que la encuentran se limitan a chuparse los dedos, pero de darle al “iphone”.
En la mesa faltan temas de conversación y sobran vinos hospicianos y platos cantonales en unas cartas que parecen un listado de distritos postales: gambas (¿rojas de Denia o blancas de Huelva?), almeja de Carril (Pontevedra), percebes de Cedeira (La Coruña), langostinos de Sanlúcar (Cádiz), anchoas de Santoña (Santander)… cuando todos conocemos al proveedor, que es de Mogador, aunque vista de vaquerillo con zahones.
Después de todo, ¿qué necesidad hay de zahones para despachar acedías?