viernes, 14 de junio de 2013

Resumen de San Isidro. (Hoy, sólo lo bueno)

Sánchez, Sandoval, Adalid y Galán


José Ramón Márquez

Si ahora mismo coges de sopetón a uno cualquiera que se haya visto la Feria de San Isidro entera -¿cuántos habrá que se la hayan visto entera?- y le preguntas por el resultado de la misma, lo más normal es que o bien te mande a paseo o bien que busque las palabras de su contestación entre las que contiene el diccionario El Soez.

No creo que esta Feria del año trece vaya a pasar a los anales taurómacos por  derecho propio. Feria de Choperitas, en fin, tan poco interesante como todo lo que han traído a Las Ventas los Choperitas y su UTE de Simón Casas y Toño Matilla, en la que el encaste juampedrero se ha enseñoreado de la Monumental y en la que prácticamente sólo se ha puesto en práctica el deprimente toreo 2.0, que es la negación de todo lo que nos gusta, de lo que nos hizo aficionados  y de lo que sostiene nuestra afición.

Es tan fácil, tan evidente, decir que en la Feria recién terminada todo ha sido extremadamente malo, que para tratar de no entrar en el bucle del pesimismo y para fijarnos un reto, vamos a tratar de escardar lo bueno, lo mejor y lo óptimo, que también de eso ha habido, aunque no lo parezca. Y de lo que se diga a continuación, se avisa que quedan excluidas las corridas de la Prensa y de Beneficencia por no ser parte de la feria de San Isidro y además, por inasistencia, la corrida del 19 de mayo, que me fui a Talavera a ver una de Victorino en la que ví un toro bravo, y la novillada del 27 de mayo, que por causa de fuerza mayor no pude ir a los toros.

Como esta afición se llama precisamente Los Toros, vamos a empezar precisamente por ahí.

Un Escolar sin pelos en la lengua (ni lengua)
 La pena que da ver por la Plaza correteando a esos encantadores peluches, sacando graciosamente sus lenguas, dejándose hacer de todo como gatazos de cincuenta arrobas, se conjuró muy pronto en el inicio de la Feria gracias a una preciosa corrida de José Escolar, seria, magníficamente presentada, con trapío, fuerza y libras. Toros para toreros de una pieza, inservibles para quien conciba la tauromaquia como sucesión de posturas achuladas y de mohínes. Con esa seria corrida brilló por propio mérito la cuadrilla de Rafaelillo: José Mora dio un recital de buena brega en el primero de la tarde y banderilleó con guapeza y torería al cuarto, que era otro tío, y Pascual Mellinas y Joselito Rus estuvieron sensacionales también.

Han dado más palos que a una estera a la corrida de Victorino Martín, y en cierto modo me alegro, por haber transigido el ganadero en prestarse a la bufonada de los seis toros de Talavante. En honor a la verdad, lo más censurable del encierro fue su tamaño, especialmente si lo comparamos con lo que trajo su primo unos días después. La corrida vino toda herrada con el 9, con tres toros en torno a los 500 kilos, bien armada, con dos toros que se arrancaron de largo al caballo con codicia y recargando, ninguno se salió suelto de la jurisdicción del penco, cuatro de ellos acosaron a los banderilleros a la salida de los pares y todos ellos fueron pésimamente lidiados, picados, banderilleados y toreados, con la notable excepción de Miguel Martín,que banderilleó con sobriedad y torería al cuarto de la tarde. Si la corrida adoleció de algo quizás fue de ganas de coger.


Brigada triunfando sobre el penco

Bien es verdad que el toro de casta se convirtió de pronto en especie en riesgo de extinción en Las Ventas, pero tras una larga travesía del desierto, al final de la Feria tuvimos la imponente corrida de Adolfo Martín, que se reivindicó en Madrid tras la enorme decepción que fue su corrida de 2012. Adolfo trajo a Las Ventas un encierro serio y muy bien presentado de toros herrados con el 7, el 8 y el 9 que no fueron prontos al caballo, pero que hicieron su pelea sin escupirse de la suerte e incluso derribando. Corrida encastada de toros listos y cambiantes, bien criados, de impresionantes cabezas, inhábiles para moderneces, que se fueron al desolladero con las bocas cerradas. La sobrecogedora manera en que el toro Baratillo derribó al caballo vale por si sola la Feria; pero además en esa corrida, frente al Toro, brilló Antonio Ferrera y brilló también Javier Castaño, cuya cuadrilla -Sandoval, Galán, Adalid y Sánchez- dio ese día el aldabonazo primero del respeto al toro, del amor al oficio y de la torería.

Dejaron para el final de feria a Celestino Cuadri, que presentó en Madrid una corrida honda y muy en tipo, seria y bien criada. Volvió a Madrid el toro Brigada, número 33, castaño, que no pudo ser lidiado el año pasado por haber sido herido en los corrales y que se arrancó con fijeza,  empujando con la fuerza de sus cuarenta y nueve arrobas hasta echar al suelo al penco guateado que montaba Francisco Plazas a base de riñones, suprema belleza que nace al contemplar cómo se crece en el castigo el ser más hermoso de la Creación. No obstante, la corrida presentó un tono algo descastado sólo mitigado por la seriedad y empaque del encierro y por el sólido historial del hierro de la hache.

Y visto el toro, acompañado de algunos toreros que han ido saliendo al paso, lo siguiente es hablar de los toreros. Primero de los de oro que trabajan subidos a un penco guatreado, que luego dicen que nunca se habla de ellos. En la primera de feria Héctor Pina agarró un gran puyazo a un toro violento en su mansedumbre que se echó sobre el penco a toda velocidad mientras éste iba a situarse en su posición. El picador giró al aleluya frente al diez y esperó la acometida del toro, que sin atender a capotes se lanzó sobre él a toda velocidad, agarrándose arriba y sujetando al bicho con gran decisión. El toro apretó lo suyo hacia afuera sacando al caballo hasta el tercio y la gran vara terminó en derribo porque un incompetente monosabio se agarró de la cabezada del caballo propiciando su caída. José Manuel González, de la cuadrilla de Fandi, dio una explicación de buena monta y de conocimiento, poniendo al caballo de frente, provocando la embestida y colocando la puya en la yema con gran perfección. Lástima que la falta de entidad de los toros de La Palmosilla apenas requiriesen de vara, pero eso no quita para el trabajo bien hecho. Más dificultad tuvo Óscar Bernal, que picó con justeza y aguante, agarrando un gran puyazo,  en la corrida de El Ventorrillo a un toro que  se le vino muy cruzado y suelto, galopando con fuerza desde las tablas. Dejamos deliberadamente para el final a Tito Sandoval, que dio tres lecciones de torería a caballo en las de Jandilla, Adolfo y Cuadri. Baste con decir que el deplorable Jandilla, ese día Tito iba con Jiménez Fortes,  hasta parecía que tenía algo de alma cuando el salmantino le hacía las cosas tan bien y le provocó unas bonitas embestidas al caballo poniendo sendas varas sin quebrantar al bicho, que bastante tenía el pobre con haber nacido. Luego, con toros, la cosa ya pasó a mayores. Extraordinaria su manera de montar, de torear a caballo con los de Adolfo y emocionante tarde de un buen jinete y mejor picador con los Cuadri.


Sandoval la tarde de Jandilla

Y si hablamos de los de plata, pues también hay sus cosas. Por supuesto hay que reseñar a a los peones de las novilladas, a Raúl Cervantes, que estuvo sensacional con los palos, y a Juan Aguilera, que bregó con gran eficacia la novillada de Guadaira y que iban en la cuadrilla de Gómez del Pilar; y, de la cuadrilla de Roberto Blanco, a Venturita, que dejó dos magníficos pares al tercero de aquella tarde ejecutados con gran sobriedad y elegancia. Y en la novillada de Nazario Ibáñez, los hermanos Otero (Ángel y José), que estuvieron perfectamente de colocación y de ganas de hacer las cosas bien tanto en la brega como en los palos, poniendo José un fácil y valiente par al sesgo con el novillo aquerenciado en chiqueros del que por desgracia se cayó uno de los palos, lo cual no empequeñece la disposición, la valentía y las ganas de agradar del peón. En esa misma corrida también brilló con los palos Lipi, de la cuadrilla de Gonzalo Caballero. Lo mismo que Javier Ambel, que estuvo sensacional en banderillas en la de Alcurrucén  pareando con eficacia y con ganas de hacer bien las cosas.

De las cuadrillas en las corridas de toros hay que hablar, además de la de Rafaelillo, de la que ya se dijo algo más arriba, de tres cuadrillas: la de Perera, con Joselito Gutiérrez, Juan Sierra y Guillermo Barbero; la de El Cid con Rafael Perea, Pepe Alcalareño y Pirri y, de manera muy especial, de la de Javier Castaño, Marco Galán, David Adalid y Fernando Sánchez, toreros que han acreditado en dos serias corridas como son las de Adolfo Martín y Cuadri el «valor, ligereza y un completo conocimiento de su profesión» que Paquiro reclamaba en su tauromaquia como condiciones indispensables para el peonaje. Vestidos de tabaco y plata, de azul marino y plata y de verde y azabache, esos tres hombres mostraron frente a los Cuadri a quien quisiera enterarse, lo que es el honor de la coleta, la suficiencia del arte cuando se desean hacer las cosas bien, la torería. Y la Plaza, de manera clamorosa, les pidió la vuelta al ruedo para ver si, como un acicate, otros toreros toman como ejemplo su lección para emplearse en hacer las suertes con arreglo a las normas del oficio, con ganas, torería, decisión, hombría y verdad.


Teruel, confirmado por Castella con Perera por testigo

Y ya como final de este repaso en positivo… los toreros. A estas alturas, cuando hace unos días que ha finalizado la Feria, cuando ya se van remansando los recuerdos, alejándonos del fragor del día a día, va cobrando más y más dimensión la figura de Ángel Teruel, que se anunció con la de Alcurrucén el día 16. Teruel puso sobre el blanquecino tapete de Las Ventas unos argumentos de lo más desusados. Puso frescura, naturalidad, puso el toreo que se hace andando con el toro de manera despreocupada, como quien saluda a un conocido, en su brillante inicio de faena lleno de sabor, de torería seca, de personalidad, de gracia. En su forma de presentar la muleta, adelantándola, en su falta de afectación en la posición para torear, la pata ligeramente adelantada, en el remate de los pases, Teruel trajo la evocación de otros tiempos no tan lejanos y, por otra parte tan añorados. Tiempos en que a Madrid había que venir con faenas breves, concisas y enjundiosas. Además del fulgor de Teruel, pura evocación de lo que nos gusta, hay que reseñar por méritos propios a los que se anunciaron con toros, independientemente del resultado, a Rafaelillo, a Fernando Robleño, a Alberto Aguilar, a Alejandro Talavante,  a Antonio Ferrera, a Luis Bolívar... Hay que darles el homenaje que se merecen por haberse puesto delante de los toros que meten miedo, los de torear, no los del arte ése, ful y decadente.
Y además, Castaño. Porque queda indeleblemente grabado en la memoria el inequívoco deseo de un torero por no ceder la posición, por quedarse en el sitio -cosa insólita prácticamente en toda la Feria– y por tirar del toro con mando. Eso lo hizo, y a veces le salió,  un torero de la cabeza a los pies que se llama Javier Castaño.

Y luego, unos detalles para el recuerdo: el relámpago fugaz y brillante del inicio de faena de Curro Díaz a un Palmosilla; la disposición y forma de estar de Miguel Ángel Delgado frente a un Ventorrillo o la mejor actuación que hemos visto en Las Ventas de Arturo Saldívar, ratificada con una grandiosa estocada de perfecta ejecución, también a un Ventorrillo. Poca cosa para tantos días, pero esto es lo que hay.