Continuar pintando cuando los ojos, aparte de aquejados por la presbicia, ven el mundo a través del escepticismo, del descreimiento y del cansancio, es un acto titánico.
Continuar pintando en medio de la crisis moral y económica que nos aqueja, cuando el éxito es sencillamente imposible, es un acto insensato.
Tener la fe en el futuro que ha sustentado hasta hace unos años a la modernidad y a nuestro sosiego es una estupidez.
Sólo se puede continuar cuando se cree firmemente, y desde la consciencia, que el milagro es lo único probable. Por esto las obras de los viejos pintores, como Rembrandt, como Goya, como Monet, son las mejores. Son cuadros pintados por nada y para nada. Son cuadros pintados por seres humanos cegados por las cataratas y la presbicia. Son cuadros pintados por manos reumáticas y espaldas baldadas. Y, sin embargo, son obras magníficas tan sólo sustentadas por la verdad del último aliento, de la última voluntad.
Son malos tiempos. El único consuelo es que los que vienen van a ser peores. Y, sin embargo, no va a haber nada, salvo la parálisis o la ruina absoluta, que me impida seguir intentando que el milagro suceda. Que el buen cuadro se me aparezca mientras trabajo.
Buenos días.