martes, 13 de marzo de 2012

Sobre riesgos contemporáneos

Madrid-Taiwán
También soy un vehículo
Respétame
Manda huevos

Vicente Llorca


“Sr. Director de la Oficina de Seguros de Caja …

Muy srs. Míos:

He recibido recientemente un prolijo catálogo en donde exponen ustedes los innumerables riesgos que su compañía cubre. Habiendo sido invitado por la Caja a contratar un seguro entre las ofertas que propone su Agencia, deseo manifestarles lo siguiente:

-He contemplado que entre las mismas figura un apartado destinado a cubrir “daños producidos por tifones, huracanes y tormentas tropicales”. Dado que en Salamanca no se tiene noticia de ninguna tormenta tropical, por lo menos desde la Geografía de Estrabón, he considerado desestimar esta oferta. (Ignoro cuántos salmantinos han rellenado este apartado, pero es un dato, que, si no fuera mucha molestia, me gustaría poseer). También veo que incluyen “siniestros producidos por inundaciones”. Teniendo en cuenta el estado del campo este año –y en las décadas anteriores– he considerado asimismo que sería más probable ser inmolado en un atentado kamikaze –apartado que por cierto no figura en ningún epígrafe– que en esta remota, y deseable, circunstancia.

-Otro epígrafe incluye los “daños producidos por animales salvajes”. Los últimos que quedan en la provincia, que yo sepa, son los toros de Juan Luis Fraile. Dudo que ninguna aseguradora cabal cubriera los riesgos de un encuentro con los tales.

Pero tampoco es tan probable encontrárselos a diario. Por lo que he desestimado esta oferta, también.

-He observado también que incluyen un apartado más prosaico, destinado a cubrir “daños producidos por accidentes automovilísticos”. La verdad es que desde que han desviado a los portugueses por la nueva autovía esta posibilidad se ha hecho remota. Y los tractoristas y camioneros de la zona son especialmente amables. E invitan a café. No es cosa de suscribir un seguro contra ellos.

(Bueno, excepto Alfonso, un ganadero vecino de la localidad de Boada, que cada vez que sale a la carretera general se estrella con alguien. Pero no he visto ningún apartado que diga “Accidentes con Alfonso”.)

-Observo, en cambio, que carecen ustedes de ningún apartado destinado al riesgo de “ser engullido por el pulpo gigante de la nave Nautilus. Usted quizá se preguntará si es estrictamente necesario este capítulo. Pero eso es que no ha contemplado las ilustraciones que acompañaban la edición de la editorial Juventud de “Veinte mil leguas de viaje submarino”. En donde el calamar engulle a un desdichado marinero ante la impotente mirada del capitán Nemo. Si la hubieran conocido entenderían de mi interés, y mi temor desde niño a ser devorado en un tal encuentro. Esta póliza la hubiera contratado con mucho gusto.

-Tampoco incluyen ningún epígrafe destinado “al riesgo de ser abordado por los piratas del Mar de la China”. Fallo lamentable que revela que, quizá, sus estimables agentes no hayan tenido noticias tampoco de las aventuras de Ching Shih -la Viuda Negra-, ni del pirata Zeng Yi . Es otra laguna de su apreciable catálogo. Que en lo que no se subsane me impedirá acudir, de nuevo, a ninguna cita en el puerto de Tonkin. Ni similares.

-Asimismo, y por más que lo he buscado- corríjanme si es mía la negligencia – no he hallado nada relacionado con “atentados ciclistas”. Y éste es, definitivamente, el seguro que desearía contratar.

Me explico. He observado últimamente la existencia de una conjura letal, promovida por alguna oscura potencia indignada, destinada a atentar contra mi humilde persona, bajo la forma de agentes armados con velocípedos (o en su defecto, con patines y tablas de surf). Esta conjura se está acercando alarmantemente a su objetivo - o sea, a mí - hasta el punto de que, cuando viajo a Madrid, dudo si salir de casa, con el fin de poder eludir sus amenazas.

Pero esta solución tiene algunos inconvenientes. Porque los amigos del café se niegan a abandonarlo para subir al piso, los del banco no me firman las facturas, las del estanco no surten a domicilio, dicen, y en la Biblioteca Nacional se han negado a llevarme legajos y documentos a casa. ( Y eso que no ha empezado la temporada en Las Ventas. Ahí sí que va a ser un problema… ) Con lo que no me queda otro remedio que bajar al final a la calle. A veces salgo de madrugada y espero, en un portal de la plaza vecina, a que abran el banco, o la taberna, a mediodía. Pero ni por esas.

La otra noche un ciclista disfrazado de ninja aeronáutico atentó contra nosotros, a las cuatro de la mañana, en la Plaza de Santa Ana. En el Paseo de Recoletos fuimos abordados por una tabla misteriosa, entre las sombras del atardecer. Frente a Lhardy unos ciclistas airados han ocupado las aceras. Tomar el aperitivo en las terrazas de Lagasca se ha hecho imposible… Han entrado ya hasta en la escalera de casa.

Recientemente el círculo se está cerrando, porque, vestidos de ecologistas fluorescentes, acceden, con los tubulares en la mano, hasta la misma barra de la taberna. Obligándonos a cesar en el acto cualquier conversación, ni libación, que pudiéramos estar celebrando.

Hemos intentado ir por el medio de la calzada –insisto en que los automovilistas son seres generalmente educados y amables–, pero ni aún así escapamos. La otra noche, en el semáforo de las Cortes, un velocípedo insomne surgió de entre los amables conductores y arremetió contra una venerable señora que cruzaba entre autobuses. ( Yo creo que el atentado era contra mí, pero no puedo asegurarlo).

La buena señora fue transportada a no sé dónde por una benemérita ambulancia. Lo que la provecta anciana decía sobre Gallardón y la ecología moderna no es para reproducir aquí.

Hemos intentado reunirnos también en el metro, sin salir a la calle, adonde creíamos que nunca llegaría la conjura velocípeda. Pero ni aún así. Mientras conversábamos la otra tarde en un vagón de la Línea Circular, dando interminables vueltas por el oscuro subsuelo, fuimos asaltados de repente por una pareja de agentes ciclistas, armados con mallas rosas y banderines de colores, que nos arrinconaron con los manillares contra la puerta del vagón. Pudimos escapar en Méndez Álvaro, cerca de la estación de autobuses.

Hemos desechado entonces esta posibilidad, también. Nuestro amigo, el licenciado García, ha optado por no bajar a la ciudad. ( Parece que él es parte de los objetivos visibles de la conjura). Mis ancianas tías ahora miran hasta para cruzar los pasillos de casa. Ya no salen. Yo me lo estoy pensando.

Así es que les agradecería que me detallaran, finalmente, la posibilidad de suscribir una póliza, a todas luces imprescindible, contra bicicletas y ecologistas varios. (Podrían incluirse patinadores, monopatines o incluso los de footing con los cascos puestos).

Posibilidad que, cortés pero firmemente, declaro que será la única que contrate con su estimable Agencia.

Queda a la espera de sus noticias.

Suyo affmo.

……….. “