José Ramón Márquez
No ha hecho falta recurrir a los sistemas clásicos, no ha habido que esperar a que nazca un carnero de un solo cuerno, ni ha habido que analizar el vuelo de los pájaros, ni examinar el hígado de una víctima, ni entrar en éxtasis, no ha hecho falta ni siquiera un simple estornudo para saber que José Tomás, el Lázaro de Aguascalientes, el ciprés pétreo, el berroqueño, el dios de piedra, no estaba en disposición de asomar la patita por Madrid en este año 2012, año bisiesto de funesto augurio, por si las moscas.
Y, sin embargo, no se puede decir que las cosas no se le hubiesen puesto a favor de obra al de Galapagar, que se dice que había en el campo, preparada para él, como esas espumas e hidrógenos que emplataba Ferrán Adriá, una corrida de Garcigrande. ¿Qué digo una corrida? Un corridón, pues Garcigrande es sinónimo de toro fuerte, de poder, de arrobas y de casta. Y el pétreo estaba por la labor de apuntarse a los Gracigrande tragándose el miedo y la prevención que ese pavoroso hierro produce, que el hombre estaba deseoso de bajar la calle de Alcalá con la cuadrilla en la furgoneta; pero llegaron los augurios, ¡ay, los augurios!, y dijeron que nones, que una mujer había parido un muchacho con cabeza de cerdo, que un candil se había apagado de improviso, que las estatuas habían sudado sangre, que una tormenta había arrojado piedras y que en esas condiciones ni con Garcigrande ni con Garcichico se debería arriesgar el Apolo Serrano a descender a Las Ventas, que una cosa es el renacer cada día, Sol Invicto, y otra muy distinta es venirse a Madrid a pasar miedo, que los más chicos de Madrid son por lo menos el doble de grandes que los que salen en casi todas las plazas, o sea que de momento lo mejor era que del negociado de los taurobolios se siguiese encargando Mitra, porque él, el Apolo berroqueño del eterno renacimiento, no está como para que le chorree la sangre por el cuerpo, que eso ya lo hizo hace un par de años y aún se acuerda de los leñazos que le pegaron los bichos, con lo que eso duele, que se le quedó la cara descompuesta desde entonces y se sofoca una barbaridad cada vez que se acuerda de los trompazos que se llevó.
Pero claro que, con esta actitud, Tomás no se da cuenta de que cada vez se lo pone aún más difícil a los del PPPP (Prestigioso y Pingüe Premio Paquiro), que ya no sabrán qué volatín o jeribeque hacer para poder seguir dándole el preciado galardón a su destinatario natural. Acaso haya una actuación sorpresa en Tomelloso, fulgor de relámpago concebido con el único fin de dar un mínimo argumento a los jurados, o a lo mejor aquellas cabezas estimarán que lo que se debe premiar sea precisamente la sabiduría de quien estima en más la ausencia de dolor que el placer, que a fin de cuentas bien parece que nuestro pétreo favorito, en un claro síntoma de madurez, ha decidido tomar irreversible partido por la enseñanza del Estagirita.
No ha hecho falta recurrir a los sistemas clásicos, no ha habido que esperar a que nazca un carnero de un solo cuerno, ni ha habido que analizar el vuelo de los pájaros, ni examinar el hígado de una víctima, ni entrar en éxtasis, no ha hecho falta ni siquiera un simple estornudo para saber que José Tomás, el Lázaro de Aguascalientes, el ciprés pétreo, el berroqueño, el dios de piedra, no estaba en disposición de asomar la patita por Madrid en este año 2012, año bisiesto de funesto augurio, por si las moscas.
Y, sin embargo, no se puede decir que las cosas no se le hubiesen puesto a favor de obra al de Galapagar, que se dice que había en el campo, preparada para él, como esas espumas e hidrógenos que emplataba Ferrán Adriá, una corrida de Garcigrande. ¿Qué digo una corrida? Un corridón, pues Garcigrande es sinónimo de toro fuerte, de poder, de arrobas y de casta. Y el pétreo estaba por la labor de apuntarse a los Gracigrande tragándose el miedo y la prevención que ese pavoroso hierro produce, que el hombre estaba deseoso de bajar la calle de Alcalá con la cuadrilla en la furgoneta; pero llegaron los augurios, ¡ay, los augurios!, y dijeron que nones, que una mujer había parido un muchacho con cabeza de cerdo, que un candil se había apagado de improviso, que las estatuas habían sudado sangre, que una tormenta había arrojado piedras y que en esas condiciones ni con Garcigrande ni con Garcichico se debería arriesgar el Apolo Serrano a descender a Las Ventas, que una cosa es el renacer cada día, Sol Invicto, y otra muy distinta es venirse a Madrid a pasar miedo, que los más chicos de Madrid son por lo menos el doble de grandes que los que salen en casi todas las plazas, o sea que de momento lo mejor era que del negociado de los taurobolios se siguiese encargando Mitra, porque él, el Apolo berroqueño del eterno renacimiento, no está como para que le chorree la sangre por el cuerpo, que eso ya lo hizo hace un par de años y aún se acuerda de los leñazos que le pegaron los bichos, con lo que eso duele, que se le quedó la cara descompuesta desde entonces y se sofoca una barbaridad cada vez que se acuerda de los trompazos que se llevó.
Pero claro que, con esta actitud, Tomás no se da cuenta de que cada vez se lo pone aún más difícil a los del PPPP (Prestigioso y Pingüe Premio Paquiro), que ya no sabrán qué volatín o jeribeque hacer para poder seguir dándole el preciado galardón a su destinatario natural. Acaso haya una actuación sorpresa en Tomelloso, fulgor de relámpago concebido con el único fin de dar un mínimo argumento a los jurados, o a lo mejor aquellas cabezas estimarán que lo que se debe premiar sea precisamente la sabiduría de quien estima en más la ausencia de dolor que el placer, que a fin de cuentas bien parece que nuestro pétreo favorito, en un claro síntoma de madurez, ha decidido tomar irreversible partido por la enseñanza del Estagirita.