Esta tía me persigue. El otro día, en el Auditorio, en la sala pequeña, en el recital de Pansequito, ahí aparece, que me entraron los siete males de tener al lado a una censora de la Rae; ayer, me meto al Metro tan ricamente, espero a que llegue un convoy conducido por una dama en homenaje al santo -laico- del día, y cuando miro a la televisión ésa que hay en los vagones, ahí aparece de nuevo con su impostada humildad y su carita de yo no fui. Ya que no hay fuerza humana que la convenza de dejar libre el espacio que ocupa en un centro de investigación para dejar algo de cancha a algún joven biólogo, y quien dice joven dice un cincuentón, ya podía quedarse allí repasando el catón, la be con la a ba, la be con la e be, para cuando les haga la censura a sus colegas los inmortales, o dedicarse a echar los papeles para los Goya, a ver si le dan el ‘Premio Goya a la Vieille Dame’ antes que a Marisa Paredes, y así deja de aparecérseme por doquier, que ayer, ya con verla, me dio el día.