Calzado chúpame la punta de Beau Brummell Guardiola
Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Lo ha dicho muy graciosamente Hughes: “Qué ingrato haber sido Lorca… haber visitado Nueva York antes incluso que Elvira Lindo… y que la gloria tome el cuerpo de Ian Gibson”.
Qué ingrato ser Mourinho y que la gloria tome el cuerpo de John Carlin, el penúltimo hispanista.
Las letras en España son todas de cambio: las del cervantista, por un cargo; las del americanista, por un viaje; y las del hispanista, por una vida muelle.
–Sí, soy el que mejor comprende el Quijote. Nadie lo comprende. Sólo yo lo comprendo. Yo, que me he dedicado toda mi vida a buscar lo que Cervantes quiso decir.
Eso dice a Alberto Guillén el cervantista Rodríguez Marín en “La linterna de Diógenes”.
–Soy un ferviente americanista. Yo conozco Buenos Aires. ¿Que si he ido a América a dar conferencias? No, señor. Fui al matrimonio de mi hijo.
Y eso dice a Alberto Guillén el americanista Juan Antonio Cavestany, cuya especialidad son los versos: “¿Qué? ¿No lo sabía usted? Yo soy uno de los españoles que tienen más obras”.
El cervantista y el americanista son autóctonos. El hispanista, en cambio, viene de fuera, generalmente de Inglaterra, con la misión de explicarles a los españoles España: sonrosado y con mucho apetito, amén de progre en época de vacas progres o facha en época de vacas fachas.
El hispanista del momento (por cuenta de Mourinho) es Carlin, un Borrow vendedor de las biblias peperas del Pep (Guardiola). Agotadas las comparaciones de Mourinho con todos los dictadores (de derechas, por supuesto) de la Historia, el hispanista ha abierto la veta cultural:
–Imaginar al Barcelona que deslumbra al mundo (el mundo es Carlin) sin Guardiola es imposible. Sería como Hamlet, la obra, sin el príncipe. Imaginar a la Liga española sin Mourinho es igual de desolador. Como el cine español sin Torrente.
Hamlet y Torrente.
Humor inglés.
–¡Masss hamón del cugadito!
España.