Al toro por las orejas
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo malo de no leer, y aquí no lee ni el Tato, es que tampoco se torea.
–Yo toreo mejor si he leído –decía Domingo Ortega, el paleto de Borox–. Esto no es una frase. Es verdad.
Y era verdad.
Era verdad que el escritor de cabecera de Domingo Ortega era Ortega y Gasset, que se lo llevaba a Alemania a dar conferencias.
Yo no me imagino a Fernando Savater o a Javier Sádaba llevándose a Julián López a dar una conferencia en Portugalete. Primero, porque hay pocas conferencias. Y luego, porque, las que hay, se las quedan los filósofos, que andan en mayor necesidad.
Domingo Ortega era torero de poder, pero sin maña para la imagen. En mano a mano en Valencia con Victoriano de la Serna, Domingo tenía la puerta grande asegurada con un saco de orejas cortadas, pero a Victoriano le quedaba un toro: el sexto. Se acercó a Domingo y le dijo: “Mira, paleto, tú saldrás por la puerta grande, pero de quien los periódicos van a escribir mañana es de mí.” Se sentó en el estribo y se dejó el toro vivo.
Pero el pirulero sentido para la imagen de Victoriano de la Serna tiene poco que ver con el sentido para la imagen de Pep Guardiola, fabril… y manufacturero.
–Yo digo lo que no me gusta, y otros, para preservar su imagen, tienen quien lo diga por ellos –vino a resumir la situación Mourinho.
La sardina y la gallina.
En lo que la gallina de Pep pone un huevo y lo cacarea de tal modo que todo el mundo lo sepa, la sardina de Mou pone un millón y nadie se entera.
Leemos poco y vamos menos a misa, donde el cura lee por nosotros historias tan edificantes como la parábola del fariseo y el publicano contada por San Lucas, el evangelista del toro.
A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo Jesús esta parábola: dos hombres subieron al Templo a orar; uno fariseo, el otro publicano. El fariseo, bien plantado (¡le estoy viendo la levita y los zapatos!), hacía esta oración:
–Oh, Dios, te doy gracias de que no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo.
Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
–Oh, Dios, ten piedad de mí, que soy un pobre pecador.
Y Jesús nos dice que el publicano bajó a su casa justificado y el otro no. Pero vaya usted a hablarle de Jesús a un tío que lee a Sampedro (lo de Miquel Martí i Pol es… imagen).
–Deberíamos ver tan hondo en un hipócrita que viésemos incluso su sinceridad –dicen los chestertonianos.
Mas ¿a dónde mirar?
Contra el Papa Negro (Manuel Mejías Bienvenida), que opinaba que los toros, como las personas, dicen en cada momento con los ojos lo que van a hacer, Domingo Ortega, que lo leía todo, recomendaba mirarle a las orejas:
–Según las mueva va a hacer una cosa u otra.
Las orejas dePep traen locos a los progres de la tierra.
Seguir leyendo: Click
Abc
Lo malo de no leer, y aquí no lee ni el Tato, es que tampoco se torea.
–Yo toreo mejor si he leído –decía Domingo Ortega, el paleto de Borox–. Esto no es una frase. Es verdad.
Y era verdad.
Era verdad que el escritor de cabecera de Domingo Ortega era Ortega y Gasset, que se lo llevaba a Alemania a dar conferencias.
Yo no me imagino a Fernando Savater o a Javier Sádaba llevándose a Julián López a dar una conferencia en Portugalete. Primero, porque hay pocas conferencias. Y luego, porque, las que hay, se las quedan los filósofos, que andan en mayor necesidad.
Domingo Ortega era torero de poder, pero sin maña para la imagen. En mano a mano en Valencia con Victoriano de la Serna, Domingo tenía la puerta grande asegurada con un saco de orejas cortadas, pero a Victoriano le quedaba un toro: el sexto. Se acercó a Domingo y le dijo: “Mira, paleto, tú saldrás por la puerta grande, pero de quien los periódicos van a escribir mañana es de mí.” Se sentó en el estribo y se dejó el toro vivo.
Pero el pirulero sentido para la imagen de Victoriano de la Serna tiene poco que ver con el sentido para la imagen de Pep Guardiola, fabril… y manufacturero.
–Yo digo lo que no me gusta, y otros, para preservar su imagen, tienen quien lo diga por ellos –vino a resumir la situación Mourinho.
La sardina y la gallina.
En lo que la gallina de Pep pone un huevo y lo cacarea de tal modo que todo el mundo lo sepa, la sardina de Mou pone un millón y nadie se entera.
Leemos poco y vamos menos a misa, donde el cura lee por nosotros historias tan edificantes como la parábola del fariseo y el publicano contada por San Lucas, el evangelista del toro.
A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo Jesús esta parábola: dos hombres subieron al Templo a orar; uno fariseo, el otro publicano. El fariseo, bien plantado (¡le estoy viendo la levita y los zapatos!), hacía esta oración:
–Oh, Dios, te doy gracias de que no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo.
Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
–Oh, Dios, ten piedad de mí, que soy un pobre pecador.
Y Jesús nos dice que el publicano bajó a su casa justificado y el otro no. Pero vaya usted a hablarle de Jesús a un tío que lee a Sampedro (lo de Miquel Martí i Pol es… imagen).
–Deberíamos ver tan hondo en un hipócrita que viésemos incluso su sinceridad –dicen los chestertonianos.
Mas ¿a dónde mirar?
Contra el Papa Negro (Manuel Mejías Bienvenida), que opinaba que los toros, como las personas, dicen en cada momento con los ojos lo que van a hacer, Domingo Ortega, que lo leía todo, recomendaba mirarle a las orejas:
–Según las mueva va a hacer una cosa u otra.
Las orejas dePep traen locos a los progres de la tierra.
Seguir leyendo: Click
SALDO ARBITRAL
Si creyéramos en el destino no habría semáforos, pero si creyéramos en la imparcialidad tampoco habría árbitros. En el Betis-Real Madrid hubo una mano cierta en el primer gol local y una mano incierta en el área forastera en el minuto final. En la mano cierta estaba Iturralde (digo Iturralde y veo a Godall), y en la mano incierta, su asistente. Para la prensa oficial, que trata de vendernos que el dedazo arbitral ha cambiado de club, sólo existe “la mano de Ramos”. Mano por mano, ese cambio de ciclo sólo lo verificaremos en el mano a mano con el máximo rival.
CLICK
Si creyéramos en el destino no habría semáforos, pero si creyéramos en la imparcialidad tampoco habría árbitros. En el Betis-Real Madrid hubo una mano cierta en el primer gol local y una mano incierta en el área forastera en el minuto final. En la mano cierta estaba Iturralde (digo Iturralde y veo a Godall), y en la mano incierta, su asistente. Para la prensa oficial, que trata de vendernos que el dedazo arbitral ha cambiado de club, sólo existe “la mano de Ramos”. Mano por mano, ese cambio de ciclo sólo lo verificaremos en el mano a mano con el máximo rival.
CLICK
Al toro por los ojos