Rambla del Poble Nou en sepia
Cristian Campos
Por supuesto, un tipo que está pidiendo a gritos que lo pisoteen no puede ser la alegría de la huerta. Y de ahí un segundo rasgo cultural distintivo barcelonés. El resentimiento. La mala hostia. El lamento y el lloriqueo como único horizonte vital. El puto árbitro, siempre en la boca. El odio africano hacia aquel que osa levantar la cabeza por encima de esa masa amorfa de genuflexos suicidas. La vehemencia con la que en un mundo globalizado se vuelcan energías y dineros en la imposición de una lengua zombi mientras el tejido industrial y cultural de la ciudad emigra hacia prados madrileños e internacionales más verdes. El fervor con el que el barcelonés medio se entrega a la tarea de denunciar anónimamente a todas aquellas empresas y comercios que incumplen las leyes de normalización lingüística. La beligerancia con la que en Barcelona se obstaculiza la libertad de horarios comerciales. La cancha que decenas de acomplejados y provincianos medios de comunicación catalanes dan a cualquier forastero oportunista mientras ningunean a miles de profesionales locales con ideas, ganas y talento. Por eso cualquier emprendedor barcelonés tiene 100 veces más posibilidades de ser entrevistado por Wallpaper, Frame, Monocle, Wired o cualquier otra revista estadounidense o japonesa o británica que de aparecer en La Vanguardia, en Catalunya Radio o en TV3. Sé de lo que hablo: es mi terreno y podría listar decenas de sangrantes ejemplos...
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Rambla del Poble Nou en color