Un hospital con enfermeras, gasas, soportes con ruedas para el suero intravenoso y cabinas de resonancia está muy bien, pero mientras no garantice en cada planta la fluidez de una red 3G, nos seguiremos adhiriendo a las protestas contra la precariedad material de la sanidad española. Sin 3G no habrá nunca manera de tuitear decentemente la operación de la que somos objeto. Y esto no es lo peor, sino que, tendido en la camilla, pude constatar, no sin pena, la condición aproximadamente tartésica del sistema operativo que mi joven traumatólogo estaba usando para redactar el informe de alta. En ese momento prometí no volver a quejarme del mal funcionamiento de la impresora en la redacción hasta tanto los traumatólogos de este país sean equipados al menos con el Windows XP.
Recuerdo que, estando en la sala de radiografía, varios enfermeros se interesaron por la jugada del accidente, y yo me recreé con cierta vanidad en los detalles. Hubo uno incluso que me interrumpió:
—O sea que fue Pepe.
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