domingo, 18 de marzo de 2012

El estrangulamiento



Hughes

Juncker, que tiene nombre de ariete del Bayern Munich, pero sólo es ariete de la Merkel, la cancillera con mundo interior de personaje de Virginia Woolf, agarró del cuello a nuestro ministro, que le miraba con cierto aire de altivez, contraviniendo el instinto natural de colaborar con la mímica del otro poniendo cara de ahorcado, sacando incluso la lengua. Ahí se le vió el carácter a De Guindos.

Rubalcaba ya había estrangulado a Rosa Díez, que es una madonna de cuello largo con algo de fémina alongada de Modigliani, con cuello que pide a gritos un estrangulamiento.

Decía Marañón que el gesto del político conectaba con el factor antropoide del español y estos políticos que ahora se saludan como si fueran Toni Curtis en el estrangulador de Boston nos están hablando con la cosa simbólica, mímica del gesto.

Si Sócrates estranguló lo dionisiaco imponiéndole el orden lógica, Alemania está estrangulando nuestra fiscalidad dionisiaca, nuestra fiscalidad desatada, báquica y cachondona.

¿Habría estrangulado Juncker a la Salgado? Es dudoso, porque le habrían tomado por el asesino de rubias de aquella película de Hitchcock, por un estrangulador erótico, de modo que cuando Zapatero colocó a una ministra rubia estaba siendo consciente de que con ello blindaba el ajuste, pues una rubia no puede ser estrangulada de forma simbólica, sino de forma puramente real.

Cuando Juncker nos estrangula está simbolizando la estrategia económica imperante, que es la asfixia justa, la asfixiafilia, práctica erótica inglesa que consiste en ponerse una bolsa en la cabeza y alcanzar el clímax erótico por la vía de restringir el oxígeno. Así, morado y sin aire, el individuo prolonga su placer. Es una forma, pues, de justa asfixia, de virtud en la asfixia y nuestra economía es un hombre en calcetines con la bolsa al cuello, no sabemos si a punto de quedarse tiesa por el hilillo de voz de Montoro o de renacer trempante, meridional e importadora.

El farmacéutico de mi calle, que es un señor muy serio y circunspecto que perfectamente podría pasar por tecnócrata, atiende siempre con unos guantes de látex. Esa imagen de profilaxis deja también un halo onírico de estrangulamiento. Cuando le pido los clamoxiles se mete en su trastienda de farmacopea y ocultismo y allí me lo imagino que se mete a estrangular a alguien por fases, metódicamente, con esos guantes que son el estrangulamiento blanco, mímico y cultural, pues es la forma perfecta de acabar con el otro, apagándolo ante nuestros ojos, graduando la pérdida exacta de su vida, la suma imagen del poder.

Así, el poder político, que no se sabe muy bien lo que es, pero que tiene siempre su envés de violencia, se gestualiza y comunica ahora con la imagen del estrangulamiento.

Pronto, nuestro Rajoy, estrangulador tranquilo y provinciano y por ello doblemente siniestro, estará en condiciones de estrangular a otro político. Será buena señal y lo celebraremos como se celebra una conquista, una preponderancia o un instinto felizmente satisfecho.

En La Gaceta