José Ramón Márquez
“A la minoría, siempre”, tiene esctrito Juan Ramón. ¡Ah!, la izquierda moral, guardiana de tantos arcanos, de tanta superioridad moral, de tanta ética subrayada a menudo por una barba. ¡A la minoría! Se congratula el articulista del diaro Público -y ya sabemos, como dijo aquella Ministra, que lo Público no es de nadie- de que se haya producido una reducción en el número de festejos taurinos en España; vamos, que, al parecer, han caído en un 34 por ciento en los últimos tres años, a decir de este señor llamado don Daniel Ayllón.
Para hacernos una idea, el señor Ayllón explica, con datos del Ministerio del Interior (¿no deberían ser con datos de Cultura?), que se ha pasado de los 2.622 festejos de 2008 a los 1.724 de 2010.
Cita el periodista Ayllón al Partido Antitaurino contra el Maltrato Animal (Pacma) para señalar como factores que explican el descenso del interés de los españoles por las corridas al envejecimiento y al fallecimiento de parte de los aficionados, aunque más parece, en el segundo de los casos, que la cosa no es por desinterés, sino por manifiesta imposibilidad de acudir a ellas. Y eso lo dice PACMA, que en las últimas elecciones generales sacaron 41.202 votos, lo que equivale a dos llenos en Las Ventas o a una tercera parte de los 129.000 asistentes a los festejos mayores celebrados en la ‘antitaurina’ Barcelona en 2010. Respetemos a la minoría de PACMA, pues.
En otra información firmada también por Ayllón en el mismo medio, que nos trae las cosas de la Cultura, nos explica que “el año que se celebraron más festejos taurinos en España, 2007, el Ministerio de Cultura publicó la Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España. El informe dice que las corridas de toros fueron la actividad de ocio menos practicada por los españoles: sólo el 9,8% asistió a un espectáculo taurino. Incluso fueron superados por las visitas al circo (10,8%), al jardín botánico (13,8%) y a las conferencias y mesas redondas con fines de ocio (13,8%).” A lo mejor es hasta verdad, vaya usted a saber.
Lo bueno es que para esto de las estadísticas y su manipulación contra los toros tenemos siempre a mano el incontestable “El Escalafón del aficionado”. Ahí se nos muestra, y si Daniel Ayllón tuviera interés alguno en mostrar la verdad a sus lectores, con datos reales, contrastados, elaborados con metodología científica, que el número total de asistentes a partidos de baloncesto del Regal Barcelona en el Palau Blaugrana (17 partidos) en la temporada 2010-2011 fue de 79.200, de nuevo frente a los 129.000 de la Monumental en la temporada 2010 (18 festejos).
La Feria de San Isidro 2010, con lo pésima que fue, llevó a Las Ventas a 669.750 espectadores. Izquierda Unida, según datos del diario Público, tenía en 2008 la ingente suma de 48.318 afiliados, en vertiginoso descenso desde los 168.175 afiliados que declaraba el PCE, autodenominado como ‘Organización de masas’, en 1978. ¿Qué opinión le merecería al bueno de Ayllón ese descenso tan significativo? ¿En este caso sería para bien o para mal esa minoración? ¿Qué diríamos del cine, del sacrosanto hecho fílmico hispano que se va de los 17,4 millones de espectadores de 2009 a los 10,7 millones de espectadores de 2010, con una pérdida de 6,7 millones de espectadores en un solo año? ¿Es importante? ¿No hay un Partido Antiaburrimiento Contra el Hecho Fílmico? ¿Cuántos le votarían?
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Lo malo es que no cejan y tienen puesto el punto de mira en los toros. Han sido capaces de poner a un país entero a ver por la TV las carreras de motos, que es la cosa más aburrida y horrísona que se puede concebir, lo mismo que quisieron sacar del carril al boxeo que, felizmente, se defiende frente a tantos ataques arteros. Y los toros, por lo que sea, no les cuadran en el mundo que ellos se imaginan y no están dispuestos a dejarnos en paz. Cuatro desarrapados nos seguirán diciendo ‘¡Asesinos!’ a la puerta de El Plantío sin que la Policía haga nada por defender nuestro honor de espectadores de un espectáculo absolutamente legal. En ese sentido, cualquier minoración, sea o no coyuntural, les viene bien para el convento, pero donde se declaran de verdad es en lo de que nos hacemos mayores y nos vamos muriendo. ¡Mejor antes que después!, pensarán.