Libertad Digital
Los indignados han recibido un bautismo de porra y, francamente, me sorprenden sus lamentos. Creo que la benevolencia paternalista con la que les estaba tratando la autoridad, que es concepto tabú y señora muy selectiva, les hurtaba esa experiencia iniciática de cualquier revoltoso que se precie. Qué podrían contar a sus nietecillos de haber sido privados del seco contacto humano con los grises de hoy en día. Nada digno de tomarse en serio. "Ocupamos la Puerta del Sol, cercamos el Congreso, cercamos las Cortes Valencianas... y no pasó nada". ¡Qué diferencia con enseñar cicatrices! Pero salta a la vista que prefieren hacerse tatuajes: la simulación de haber vivido. Su relato del suceso es el de quien se asombra de que pinchen los cardos. La policía, claman, "ha reaccionado inmediatamente desenfundando las porras y usándolas sin ninguna precaución". Haberles puesto unas Bob Esponjas, hombre. En cuanto a la otra parte contratante, tiene un derecho fundamental a emplear los instrumentos arrojadizos que le plazcan.
Espero un tropel de artículos que vinculen la última encuesta del CIS con el Cacao Party. La clase política, tercer problema y el 15-M como síntoma. Cuidado con los diagnósticos que se inspiran en la rabiosa actualidad telediaria. Por lo general, quien cree que los políticos son el problema, cree también que son la solución. Pero el dato significativo es que no hubo indignación en las calles y las plazas mientras los políticos de las distintas Administraciones gastaban a manos llenas. Se han vuelto inútiles y corruptos desde que el grifo del dinero público dejó de soltar a chorro. Hasta ese cierre, sólo se escuchaban quejas de los sospechosos habituales, los aborrecidos aguafiestas, pájaros agoreros. La sociedad socialdemócrata soporta mal el punto en el que las buenas intenciones rebasan la capacidad para alcanzarlas.
Los enojados cercaban sedes parlamentarias, convencidos de que la soberanía reside en sus asambleas y no en los elegidos por sufragio universal y secreto. Pero la clase política que asedian los mima y les perdona todo. Hasta el PP protesta por el uso de la porra sin precauciones. Dónde vamos a llegar. Pues, piano piano, a aquel tren en el que viajaba Cesare Pavese por el sur de Italia. Al vagón donde un camisa negra se puso en pie y lanzó su estridente arenga a los pasajeros, demasiado cansados, perezosos y amedrentados para obligarle a callar. Allí, el poeta percibió que el fascismo iba a ganar la partida y seis meses después, empezó la Marcha sobre Roma. Los totalitarios no siempre saben lo que son, pero siempre se les ve venir.