¡A saludar!
José Ramón Márquez
La corrida de hoy fue otra corrida de San Isidro más. Traigamos aquí por un momento otra corrida de San Isidro. Volemos al día 1 de junio de 1983, un día cualquiera de la feria tomado un poco al azar del archivo. Se corrieron aquel día cinco toros de Alonso Moreno de la Cova, de presencia imponente y de 504 kilos de promedio, entre los que salió el famoso toro Cigarrón, chorreado, número 7 de 506 kilos, así como un sobrero de Bernardino Jiménez. La mataron dos españoles, Ángel Teruel y Yiyo, que entraba en esa feria en sustitución de Espartaco –y eso que ganamos- y un mexicano, Armillita Chico. Teruel se llevó una oreja de su segundo (dio un pinchazo en la suerte de recibir) y Yiyo abrió la puerta grande a base de decisión y de ganas de ser alguien. Armilla quedó inédito. Fue una corrida de la feria de San Isidro.
Volemos al día de hoy. Salieron de los chiqueros cuatro toros de Martelilla, uno de Navalrrosal y uno de Hermanos Domínguez Camacho, feos, débiles y medio tontos, con un promedio de 454 kilos. Los lidiaron -es un decir- los españoles Miguel Abellán y César Jiménez y el mexicano Arturo Macías, que se fueron por donde habían venido sin más pena ni gloria que unas ovaciones que se mendigó Macías para intentar salir en los papeles como sea, que es lo que le deben haber dicho.
El problema de la corrida de hoy, se puede jurar, no fueron los toros, aún siendo esmirriados o gorditos o sin proporción ni trapío -palabra que corre hacia el desuso, incluso entre los aficionados- o desagradables a la vista, ya que el verdadero problema de la tarde estribó en la absoluta falta de fe en sí mismos de los dos españoles, matadores aburridos de pasear su cuerpo por esas ferias de Dios, hartos de tener que ganarse la vida con unas calzas bordadas y unas medias rosas, así como en la absoluta bisoñez del mexicano, ayuno de técnica y armado hasta los dientes de valor sin ton ni son.
Como es natural, las culpas de la aciaga tarde se las llevarán los animales, que no pueden hablar para defenderse; pero si Abellán o Jiménez hubiesen traído a la plaza unos gramos de la decisión y la entrega de aquel Yiyo de hace casi treinta años, el signo de la tarde hubiese sido otro bien distinto, porque mi impresión es que los toreros transmitieron su supino aburrimiento interior, su pesadumbre hecha de fracasos o de renuncias, a los toros y al público, ya que tuvieron frente a ellos unos bichejos que no se dedicaron a estorbarles su triunfo ni les hicieron poner a funcionar la cabeza o el corazón para salir del paso. Toros tontos y ‘colaboracionistas’.
A Macías le dejo aparte porque me habían hablado bien de él en su tarde de Palhas en Sevilla. Hoy he visto en Madrid un torero con mucho valor y con poco oficio de lidiador. Yo creo que la ecuación es justo la contraria: hay que tener el valor necesario para hacer el paseo y hay que tener el oficio preciso para sujetar a los toros y no ir haciendo un trocito de faena en cada tendido. Pero también hay que dar la sensación de que lo que se hace obedece a algún fin, y hacerlo con unidad, sólidamente. Por momentos me pareció un ‘revival’ de los años sesenta y particularmente de Palomo Linares.
Claro que Macías sintoniza a la perfección con la deriva sesentera que va tomando la plaza y que sin duda eclosionará con la entronización de July como ‘torero de Madrid’ y ‘triunfador de San Isidro’ el día del patrón. Ya queda menos.
La corrida de hoy fue otra corrida de San Isidro más. Traigamos aquí por un momento otra corrida de San Isidro. Volemos al día 1 de junio de 1983, un día cualquiera de la feria tomado un poco al azar del archivo. Se corrieron aquel día cinco toros de Alonso Moreno de la Cova, de presencia imponente y de 504 kilos de promedio, entre los que salió el famoso toro Cigarrón, chorreado, número 7 de 506 kilos, así como un sobrero de Bernardino Jiménez. La mataron dos españoles, Ángel Teruel y Yiyo, que entraba en esa feria en sustitución de Espartaco –y eso que ganamos- y un mexicano, Armillita Chico. Teruel se llevó una oreja de su segundo (dio un pinchazo en la suerte de recibir) y Yiyo abrió la puerta grande a base de decisión y de ganas de ser alguien. Armilla quedó inédito. Fue una corrida de la feria de San Isidro.
Volemos al día de hoy. Salieron de los chiqueros cuatro toros de Martelilla, uno de Navalrrosal y uno de Hermanos Domínguez Camacho, feos, débiles y medio tontos, con un promedio de 454 kilos. Los lidiaron -es un decir- los españoles Miguel Abellán y César Jiménez y el mexicano Arturo Macías, que se fueron por donde habían venido sin más pena ni gloria que unas ovaciones que se mendigó Macías para intentar salir en los papeles como sea, que es lo que le deben haber dicho.
El problema de la corrida de hoy, se puede jurar, no fueron los toros, aún siendo esmirriados o gorditos o sin proporción ni trapío -palabra que corre hacia el desuso, incluso entre los aficionados- o desagradables a la vista, ya que el verdadero problema de la tarde estribó en la absoluta falta de fe en sí mismos de los dos españoles, matadores aburridos de pasear su cuerpo por esas ferias de Dios, hartos de tener que ganarse la vida con unas calzas bordadas y unas medias rosas, así como en la absoluta bisoñez del mexicano, ayuno de técnica y armado hasta los dientes de valor sin ton ni son.
Como es natural, las culpas de la aciaga tarde se las llevarán los animales, que no pueden hablar para defenderse; pero si Abellán o Jiménez hubiesen traído a la plaza unos gramos de la decisión y la entrega de aquel Yiyo de hace casi treinta años, el signo de la tarde hubiese sido otro bien distinto, porque mi impresión es que los toreros transmitieron su supino aburrimiento interior, su pesadumbre hecha de fracasos o de renuncias, a los toros y al público, ya que tuvieron frente a ellos unos bichejos que no se dedicaron a estorbarles su triunfo ni les hicieron poner a funcionar la cabeza o el corazón para salir del paso. Toros tontos y ‘colaboracionistas’.
A Macías le dejo aparte porque me habían hablado bien de él en su tarde de Palhas en Sevilla. Hoy he visto en Madrid un torero con mucho valor y con poco oficio de lidiador. Yo creo que la ecuación es justo la contraria: hay que tener el valor necesario para hacer el paseo y hay que tener el oficio preciso para sujetar a los toros y no ir haciendo un trocito de faena en cada tendido. Pero también hay que dar la sensación de que lo que se hace obedece a algún fin, y hacerlo con unidad, sólidamente. Por momentos me pareció un ‘revival’ de los años sesenta y particularmente de Palomo Linares.
Claro que Macías sintoniza a la perfección con la deriva sesentera que va tomando la plaza y que sin duda eclosionará con la entronización de July como ‘torero de Madrid’ y ‘triunfador de San Isidro’ el día del patrón. Ya queda menos.