José Ramón Márquez
Vuelve Ibán a Las Ventas, con sus toros herrados a la izquierda y con el imperecedero recuerdo del gran Bastonito, siempre vivo en la memoria. Corrida seria y con trapío, fuera de los cánones usuales del toro que se suele ver más comúnmente, algo blanda en su conjunto, interesantísima en su variedad de comportamientos. Con más peso en la tablilla del que se espera para esta ganadería, pero toros muy armónicos, muy bien hechos, sin adiposidades ni grasas. Se aplaudió en el arrastre al toro Arbolario, número 26, aunque al final se rajó.
De la terna, he de confesarlo, esperaba bien poco. La gran sorpresa fue la estupenda disposición de Eugenio de Mora, a quien desde hace mucho veíamos como uno de los que bailan con Michael Jackson en Thriller; bueno, pues hoy ha resucitado a base de tratar de ponerse donde se torea y de echarle mucho corazón al asunto. Con dudas, sin certezas absolutas, sin definirse de una manera apabullante, Eugenio de Mora ha explicado a los pocos que le han hecho caso que él está dispuesto a hacer lo que ya casi nadie hace, que es torear hacia adelante. Planteó sus faenas con altibajos, pero con la tendencia a querer hacer las cosas bien. Cometió errores de colocación y de concepto, como ese circular invertido, como esas dos veces que se agarra al toro -con lo que odian eso en Madrid-, pero el resultado del conjunto brilla por la decencia con la que el torero vino a traernos su verdad. Los únicos en todo lo que llevamos de feria que han intentado el toreo han sido Eugenio y El Cid: a uno no le han hecho ni caso, y el otro, al parecer está en un pozo, hoyo o sima, que no me aclaro. Mató Eugenio de dos espadazos arriba sin hacer la suerte con pureza y eso parece que despertó un poco a los somnolientos espectadores que le sacaron a recibir sendas ovaciones en el tercio. Apetece volver a ver a Eugenio y entretanto que aprenda a coger bien el capote, que ya es mayorcito.
Serafín Marín estuvo muy amontonado, espeso y sin ideas. En su primero estuvo dando vueltas con el toro por aquí y por allá, sin atisbos de aquellas arrolladoras ganas con que llegó al toreo. Por lo que a mí respecta, no queda nada para el recuerdo, salvo ese atuendo peculiar que usa para hacer el paseíllo.
Luis Bolívar está mal. En Valdemorillo, recién venido de América, me dio sensación de suficiencia y de poder, como para poder abrirse camino en las corridas llamadas ‘duras’, pero hoy le he visto vulgar y falto de concepto: si ve que el toro galopa con alegría, ¿por qué se empeña en la siguiente tanda en irse encima de él a ahogarle la embestida y a tundirle con el pico de la muleta? Aburrió a los toros y al respetable con su versión del toreo post-julysta, sin maldito interés y sin proyección alguna hacia el futuro.
Ibán