José Ramón Márquez
Cuadri en Madrid, y desde esta mañana esperando que salga al ruedo el castaño, Ribete, número 45, que va en quinto lugar, por tanto tiempo como llevamos esperándole.
Corrida muy honda y seria, de esmerada presentación y de gran trapío. Corrida que muestra la forma en que hay que venir a Madrid, con la seriedad por delante. Los toros no parecía que llevasen herrado a fuego el número y el hierro; parecía que esas señales estaban rotuladas en la lustrosa piel de los animales. Detalles de buen ganadero.
La corrida ha dado tres toros un poco blandos, y otros tres de más fortaleza. Buena en general para el caballo -con esa suerte de varas que se hace cada día-, algunos se dolieron en banderillas y llegaron a la muleta suaves y sin plantear otro problema a sus matadores que el de su impresionante presencia. El tercer toro, Frijonero, número 28, fue un toro de cante grande para cualquier torero que lo hubiese sabido aprovechar, con embestidas suaves y larguísimas, sin un ápice de malicia en sus acometidas. Los toros cuarto y quinto, Duende, número 40, y Ribete, número 45, fueron también toros para formar un taco, con embestidas muy vibrantes en la misma línea del tercero, pero con más emoción. El 45 me encantó.
Quienes esperaban ver una corrida decimonónica, dura y bronca, se fueron chasqueados, porque los seis toros que Cuadri mandó a Madrid lo único que estaban demandando era toreros. Esta corrida la podrían haber matado perfectamente, y sin ningún problema, July, Perera, Talavante, Cid, Morante, Manzanares o Luque -Cayetano, no-, por decir unos cuantos que se me vienen a la mente así a vuelapluma, pero en su lugar la mataron tres chicos que vienen a ver si un golpe de fortuna les endereza la vida.
Como no me da la gana hablar mal de estos pobres, no voy a poner nada más que si alguno de ellos, tan mal asesorados siempre, escuchando los peores consejos siempre, hubiese tenido la osadía de tratar de hacer el toreo que los toros les estaban demandando, el toreo hacia adelante y, si acaso, hacia el hule, a estas horas estaríamos hablando del gran triunfo de un modesto. Sin embargo, creo que eso es algo casi imposible que ocurra, porque el ambiente que rodea a la mayoría de los toreros es tan malo y tan pernicioso que les va arrebatando todo: su propio estilo, su ambición, sus ganas, su valor, su personalidad, su amor propio, su coraje, llevándoles mediante la vampirización taurina a la verdad única que proclama el falso profeta July. No hay más que ver cómo buscan auxilio en los peones o en el apoderado para que les vayan diciendo qué hacer, si hay que matar ahora o dentro de media hora, si el pase cambiado lo doy en éste o en el otro, si por alto o por bajo o por altibajo, si la trincherilla -¡bieeeen!- ahora o luego. Y al final, siempre, un pan como unas tortas, porque las pelas siempre son para July, y para estos sólo queda el vinagre.
En realidad lo interesante de la tarde de hoy eran los toros y, por lo que a mí toca, no me defraudaron. Declaro que aplaudí en el arrastre al tercero -y me importa un pito que se doliese en el tercer par de banderillas- y al quinto; y que además, entre los cincuenta que aplaudieron al mayoral, yo fui uno de ellos, que no están los tiempos como para ponerse exquisito, que estamos en la trinchera.
Cuadri en Madrid, y desde esta mañana esperando que salga al ruedo el castaño, Ribete, número 45, que va en quinto lugar, por tanto tiempo como llevamos esperándole.
Corrida muy honda y seria, de esmerada presentación y de gran trapío. Corrida que muestra la forma en que hay que venir a Madrid, con la seriedad por delante. Los toros no parecía que llevasen herrado a fuego el número y el hierro; parecía que esas señales estaban rotuladas en la lustrosa piel de los animales. Detalles de buen ganadero.
La corrida ha dado tres toros un poco blandos, y otros tres de más fortaleza. Buena en general para el caballo -con esa suerte de varas que se hace cada día-, algunos se dolieron en banderillas y llegaron a la muleta suaves y sin plantear otro problema a sus matadores que el de su impresionante presencia. El tercer toro, Frijonero, número 28, fue un toro de cante grande para cualquier torero que lo hubiese sabido aprovechar, con embestidas suaves y larguísimas, sin un ápice de malicia en sus acometidas. Los toros cuarto y quinto, Duende, número 40, y Ribete, número 45, fueron también toros para formar un taco, con embestidas muy vibrantes en la misma línea del tercero, pero con más emoción. El 45 me encantó.
Quienes esperaban ver una corrida decimonónica, dura y bronca, se fueron chasqueados, porque los seis toros que Cuadri mandó a Madrid lo único que estaban demandando era toreros. Esta corrida la podrían haber matado perfectamente, y sin ningún problema, July, Perera, Talavante, Cid, Morante, Manzanares o Luque -Cayetano, no-, por decir unos cuantos que se me vienen a la mente así a vuelapluma, pero en su lugar la mataron tres chicos que vienen a ver si un golpe de fortuna les endereza la vida.
Como no me da la gana hablar mal de estos pobres, no voy a poner nada más que si alguno de ellos, tan mal asesorados siempre, escuchando los peores consejos siempre, hubiese tenido la osadía de tratar de hacer el toreo que los toros les estaban demandando, el toreo hacia adelante y, si acaso, hacia el hule, a estas horas estaríamos hablando del gran triunfo de un modesto. Sin embargo, creo que eso es algo casi imposible que ocurra, porque el ambiente que rodea a la mayoría de los toreros es tan malo y tan pernicioso que les va arrebatando todo: su propio estilo, su ambición, sus ganas, su valor, su personalidad, su amor propio, su coraje, llevándoles mediante la vampirización taurina a la verdad única que proclama el falso profeta July. No hay más que ver cómo buscan auxilio en los peones o en el apoderado para que les vayan diciendo qué hacer, si hay que matar ahora o dentro de media hora, si el pase cambiado lo doy en éste o en el otro, si por alto o por bajo o por altibajo, si la trincherilla -¡bieeeen!- ahora o luego. Y al final, siempre, un pan como unas tortas, porque las pelas siempre son para July, y para estos sólo queda el vinagre.
En realidad lo interesante de la tarde de hoy eran los toros y, por lo que a mí toca, no me defraudaron. Declaro que aplaudí en el arrastre al tercero -y me importa un pito que se doliese en el tercer par de banderillas- y al quinto; y que además, entre los cincuenta que aplaudieron al mayoral, yo fui uno de ellos, que no están los tiempos como para ponerse exquisito, que estamos en la trinchera.