Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Anonadados aún por la maravilla de haber visto los toros en tres dimensiones, una pregunta serpentea por el jardín de nuestra dicha: ¿quién almorzaba el martes en la calle de Jorge Juan? Por el despliegue de fuerzas, semejante al de la Compañía Easy de la 101 Aerotransportada en los bosques de Bastogne, dicen que Obama, disfrazado, eso sí, con barba de heroico aviador de los hermanos Marx en Una noche en la ópera. Después de tres años de molestias sin cuento y un dineral que ha dejado al Ayuntamiento temblando, la calle de Jorge Juan, festoneada de pedruscos de Colmenar, se ha convertido en un coto privado parcelado en terrazas de restaurante y aparcaderos de motos inaccesible para los peatones. Es el sitio ideal para las joyerías gastronómicas, esas casas de comidas famosas por sus precios, un truco de marketing inventado por Mary Boone para lanzar al “artista internacional” Julian Schnabel. Pero Schnabel no gasta ni barba blanca ni corbata azul, como el imponente demócrata que el martes sació su apetito en el coto de Jorge Juan. Mi amigo Márquez, persona de orden y custodio de la dama de Elche y de la bicha de Bazalote, tiene el tic funcionarial de, en su camino, hacer fotos de este neourbanismo kitsch, por lo cual fue abordado el martes por dos agentes rubalcabíes con placa que lo redujeron, lo identificaron y lo conminaron a borrar en su presencia las fotos del aparcadero ilegal, si no quería exponerse a una denuncia gorda y, por supuesto, a llegar tarde a los toros. ¿Tontería? Con menos de esto muchos se han fabricado una reputación de lucha contra el franquismo. Total, que en los toros puedes retratar libremente a Esperanza Aguirre en su andanada, pero no puedes fotografiar el coto de Jorge Juan porque un tío de barba alba y corbata azul está despachando en el comedor de la esquina una de pixín. ¿Cuándo ha aparecido un policía a interesarse por el gamberrismo de fin de semana a la sombra del after-hour del lugar?
Abc
Anonadados aún por la maravilla de haber visto los toros en tres dimensiones, una pregunta serpentea por el jardín de nuestra dicha: ¿quién almorzaba el martes en la calle de Jorge Juan? Por el despliegue de fuerzas, semejante al de la Compañía Easy de la 101 Aerotransportada en los bosques de Bastogne, dicen que Obama, disfrazado, eso sí, con barba de heroico aviador de los hermanos Marx en Una noche en la ópera. Después de tres años de molestias sin cuento y un dineral que ha dejado al Ayuntamiento temblando, la calle de Jorge Juan, festoneada de pedruscos de Colmenar, se ha convertido en un coto privado parcelado en terrazas de restaurante y aparcaderos de motos inaccesible para los peatones. Es el sitio ideal para las joyerías gastronómicas, esas casas de comidas famosas por sus precios, un truco de marketing inventado por Mary Boone para lanzar al “artista internacional” Julian Schnabel. Pero Schnabel no gasta ni barba blanca ni corbata azul, como el imponente demócrata que el martes sació su apetito en el coto de Jorge Juan. Mi amigo Márquez, persona de orden y custodio de la dama de Elche y de la bicha de Bazalote, tiene el tic funcionarial de, en su camino, hacer fotos de este neourbanismo kitsch, por lo cual fue abordado el martes por dos agentes rubalcabíes con placa que lo redujeron, lo identificaron y lo conminaron a borrar en su presencia las fotos del aparcadero ilegal, si no quería exponerse a una denuncia gorda y, por supuesto, a llegar tarde a los toros. ¿Tontería? Con menos de esto muchos se han fabricado una reputación de lucha contra el franquismo. Total, que en los toros puedes retratar libremente a Esperanza Aguirre en su andanada, pero no puedes fotografiar el coto de Jorge Juan porque un tío de barba alba y corbata azul está despachando en el comedor de la esquina una de pixín. ¿Cuándo ha aparecido un policía a interesarse por el gamberrismo de fin de semana a la sombra del after-hour del lugar?