martes, 25 de mayo de 2010

Decimonovena de feria. Con una silla, la cosa habría cambiado


José Ramón Márquez

Hoy podría esto haber sido una cosa cantada, ponernos a hablar del corridón del otro día de Moreno Silva y de la comparación con la peste juampedritis de Guadaira, pero es que, quitando la presentación del segundo de la tarde, que no tenía esos 468 kilos que anunciaban ni aunque le hubiesen pesado con Ballesteros y la Marquesa montados encima, resulta que la corrida ha salido bien interesante, y prueba de ello es que al menos dos de los novillos se han ido al desolladero entre palmas. En mi opinión, el tercero, Relamido, número 88, ha sido un gran toro que ha cumplido en varas con suficiencia, que ha acudido presto y alegre a banderillas y que ha tenido unas embestidas vibrantes y nada borregas; un novillo que pedía a gritos que alguien le hiciese el toreo del bueno.

En general, la corrida ha sido muy interesante, con cuatro novillos que pedían toreros. La única pega que se la puede poner es lo dispareja que ha venido. La buena noticia es que hoy se ha demostrado que la juampedritis también puede dar lugar a productos que no sean tontos de baba, que hagan peleas curiosas en varas y que tengan embestidas templadas, pero que no permitan que quien está frente a ellos les pierda el respeto. La buena noticia es que, una vez más, se demuestra que en los toros los prejuicios se deben quedar siempre en casa.

Lo que resulta tediosamente aburrido es hablar de los toreros. Todos cortados por el mismo patrón estético, éste más achulado, aquél más rural, pero con idéntica concepción -o falta de concepción- del toreo, sin tener maldita idea ni de dónde van, ni por cuál camino ni de qué manera. Ahora, la moda estúpida dicta que hay que dar pedresinas, y se dan a tutiplén todas las tardes, venga o no venga a cuento, como las chiruquinas -de chiruca, la botita, no de Chicuelo, el torero- y toda esa parafernalia de pases de susto, de ¡Ay! Y ¡oh! Y ellos sin enterarse. Que uno ve que el toro viene de lejos con un bonito y vibrante galope, pues a ponerse encima y a sacudirle el turre de mantazos de cada tarde; que el toro pide los medios, pues a cerrarle al tercio. Vamos, nada nuevo que no se vea cada tarde.

¿Y qué falta, pues? Falta ambición de triunfo, ansias de presentarse como novillero, y a mucha honra, ganas de querer mostrar de forma rabiosa los méritos y la necesidad de ser torero. ¿Y qué sobra? Pues sobra esa odiosa solemnidad de la que se revisten, como si llevasen veinte ferias en sus espaldas de primera figura; sobran esos trucos de torero viejo y fracasado, sobra todo aquello que los que les rodean les han hecho ver que es lo bueno y que, sin embargo, es lo que les ha llevado esta tarde, indefectiblemente, al hoyo. Al peor hoyo, que es el de no haber dejado el más leve recuerdo de su paso.
Al salir, alguien apuntaba que quizás, con una silla, la cosa podría haber cambiado.


Los hijos del país del Sol Naciente