José Ramón Márquez
La tarde de El Cid, por fin. Un anhelo antes de entrar a la plaza: que Manuel Jesús hiciese el toreo bueno para poder oponerlo al aquelarre del 15. No fue o no pudo ser. Quedan dos ideas para que cada cual coja la que le venga en gana: la primera es que a El Cid Madrid le mide como figura y la exigencia es total. Si las cosas que hizo hoy el de Salteras las llega a hacer el típico pobre desconocido, hoy habríamos salido de la plaza hablando del chico y deseando volver a verle, pero Manuel Jesús ni es pobre ni es desconocido, por lo tanto se le debe exigir el máximo. Así debe ser. La segunda es que la pelea más grande que hoy ha tenido El Cid ha sido contra él mismo. Tarde de búsqueda y de introspección, de dudas y de lucha interior. Hay muchos toreros que han pasado por esa tesitura, que les hace grandes o que les quita de esto.
Y es que, pese a quien pese, El Cid es el mejor torero que tenemos visto en los últimos diez años, tanto por su concepto del toreo como por los retos que ha asumido. Reconozco que los que estamos frontalmente en contra del neotoreo que se nos quiere poner enfrente, toreo de pases sin ton ni son, toreo del temple frente al dominio y de la ligazón frente a la hondura, necesitábamos con urgencia esta tarde una faena entera y maciza de Manuel Jesús, una rotunda faena basada en el toreo hacia adelante, en el dominio y en la pureza. A cambio de eso nos hemos encontrado con un trocito de realidad desagradable, es decir, de falta de compromiso del torero hacia lo que es la esencia de su toreo, donde, sin embargo, han brillado algunos atisbos de la gran y única verdad del toreo que, en contra de lo que muchos opinan, no tiene una multiplicidad de formas y valores, sino que se encaja en unos cánones esenciales muy estrechos y bastante reducidos.
La lucha interior de este Cid le hará más grande o le llevará de vuelta a su casa con un esportón atiborrado de grandes faenas en plazas de responsabilidad y con toros. Sin embargo, qué dura es la vida de algunos toreros a los que por una maldición de los dioses se ha castigado a tener que estar siempre bien. Estamos hartos de ver a toreros sin relevancia a los que se espera y se espera, hasta que eclosionan, mientras que otros sólo pueden estar bien... o bien. Creo que la oportunidad era hoy, con los Núñez y que con los Puerto de San Lorenzo la cosa no pinta como que podrá ir mejor. En cualquier caso, vuelvo a proclamar aquí de nuevo mi decidido cidismo, porque creo que esto se debe hacer en los momentos de dificultad y tribulación, que es cuando tiene mérito, y no en los de triunfo, pompa y circunstancia.
Por lo demás, la tarde fue una más de esta feria insulsa y sin sentido. A Uceda, con un horrible vestido de chicle y con la faja Vulcan en la cintura, la gomina con que llevaba embadurnados los pelos no le debió dejar pensar en una cosa tan absurda como torear. Echó un rato frente a sus dos toros; al primero lo mató bien y al segundo lo apuñaló malamente. Este segundo era el clásico toro bobo para hincharse a torear, pero por algunas circunstancias que explicarán el torero, su apoderado y los críticos selectos, no pudo ser.
Tendero, en su segundo, aprovechó el viaje del toro, antes de que se acabase, para darle dos series por fuera y con movimiento continuo que fueron jaleadas desde la talanquera como si viviésemos la resurrección de Gallito. El toro se apagó y dejó a las claras la vulgaridad del albaceteño. Habrá miles de razones para explicar que la “culpa” fue de los toros, pero nadie hablará de que Tendero es un torerito que no suscita mucho interés.
Boni volvió a estar soberbio en la brega una vez más y Diego Ochoa, picador de Uceda, agarró un sensacional puyazo al primer toro, al que luego echaron.
La tarde de El Cid, por fin. Un anhelo antes de entrar a la plaza: que Manuel Jesús hiciese el toreo bueno para poder oponerlo al aquelarre del 15. No fue o no pudo ser. Quedan dos ideas para que cada cual coja la que le venga en gana: la primera es que a El Cid Madrid le mide como figura y la exigencia es total. Si las cosas que hizo hoy el de Salteras las llega a hacer el típico pobre desconocido, hoy habríamos salido de la plaza hablando del chico y deseando volver a verle, pero Manuel Jesús ni es pobre ni es desconocido, por lo tanto se le debe exigir el máximo. Así debe ser. La segunda es que la pelea más grande que hoy ha tenido El Cid ha sido contra él mismo. Tarde de búsqueda y de introspección, de dudas y de lucha interior. Hay muchos toreros que han pasado por esa tesitura, que les hace grandes o que les quita de esto.
Y es que, pese a quien pese, El Cid es el mejor torero que tenemos visto en los últimos diez años, tanto por su concepto del toreo como por los retos que ha asumido. Reconozco que los que estamos frontalmente en contra del neotoreo que se nos quiere poner enfrente, toreo de pases sin ton ni son, toreo del temple frente al dominio y de la ligazón frente a la hondura, necesitábamos con urgencia esta tarde una faena entera y maciza de Manuel Jesús, una rotunda faena basada en el toreo hacia adelante, en el dominio y en la pureza. A cambio de eso nos hemos encontrado con un trocito de realidad desagradable, es decir, de falta de compromiso del torero hacia lo que es la esencia de su toreo, donde, sin embargo, han brillado algunos atisbos de la gran y única verdad del toreo que, en contra de lo que muchos opinan, no tiene una multiplicidad de formas y valores, sino que se encaja en unos cánones esenciales muy estrechos y bastante reducidos.
La lucha interior de este Cid le hará más grande o le llevará de vuelta a su casa con un esportón atiborrado de grandes faenas en plazas de responsabilidad y con toros. Sin embargo, qué dura es la vida de algunos toreros a los que por una maldición de los dioses se ha castigado a tener que estar siempre bien. Estamos hartos de ver a toreros sin relevancia a los que se espera y se espera, hasta que eclosionan, mientras que otros sólo pueden estar bien... o bien. Creo que la oportunidad era hoy, con los Núñez y que con los Puerto de San Lorenzo la cosa no pinta como que podrá ir mejor. En cualquier caso, vuelvo a proclamar aquí de nuevo mi decidido cidismo, porque creo que esto se debe hacer en los momentos de dificultad y tribulación, que es cuando tiene mérito, y no en los de triunfo, pompa y circunstancia.
Por lo demás, la tarde fue una más de esta feria insulsa y sin sentido. A Uceda, con un horrible vestido de chicle y con la faja Vulcan en la cintura, la gomina con que llevaba embadurnados los pelos no le debió dejar pensar en una cosa tan absurda como torear. Echó un rato frente a sus dos toros; al primero lo mató bien y al segundo lo apuñaló malamente. Este segundo era el clásico toro bobo para hincharse a torear, pero por algunas circunstancias que explicarán el torero, su apoderado y los críticos selectos, no pudo ser.
Tendero, en su segundo, aprovechó el viaje del toro, antes de que se acabase, para darle dos series por fuera y con movimiento continuo que fueron jaleadas desde la talanquera como si viviésemos la resurrección de Gallito. El toro se apagó y dejó a las claras la vulgaridad del albaceteño. Habrá miles de razones para explicar que la “culpa” fue de los toros, pero nadie hablará de que Tendero es un torerito que no suscita mucho interés.
Boni volvió a estar soberbio en la brega una vez más y Diego Ochoa, picador de Uceda, agarró un sensacional puyazo al primer toro, al que luego echaron.