Nat Fleischer
A mediados de los años veinte vino del oeste un hombre duro y violento, llamado Ace Hudkins. Fue visto por primera vez en la costa oriental frente a un neoyorquino invicto que respondía al nombre de Ruby Goldstein. Inteligente y pegador, Ruby era la sensación de la gran urbe; y muchos años más tarde se ganaría la distinción de ser reconocido como uno de los mejores árbitros del pugilismo.
La pelea, que tuvo por escenario el viejo estadio de Coney Island, produjo una de las mayores sorpresas del boxeo. Su resultado causó la ruina de un gran prospecto y la elevación a la fama del Gato Montés de Nebraska. Goldstein había hecho una carrera sensacional gracias a su buena cabeza y a la dinamita que llevaba en ambas manos. Y su cara de niño y su apariencia frágil le ganaban la simpatía de enormes muchedumbres. Prometía ser la figura más sensacional del boxeo en la ciudad de Nueva York.
Al comenzar el encuentro, Goldstein se puso de inmediato al mando. Llegaba con su rápido jab de izquierda y exhibía un boxeo depurado, mientras que el Gato abanicaba el aire con sus mandobles locos.
El primer impacto duro, una limpia derecha, envió a Hudkins a la lona por la cuenta de nueve, pero el Gato hizo uso de su experiencia y llegó al final del asalto. Se había desvanecido la oportunidad de Ruby para conseguir un rápido triunfo.
El neoyorquino siguió exhibiendo su excelente boxeo en el segundo asalto, pero justo al sonar la campana recibió una izquierda recta al mentón que lo envió bamboleándose a su esquina. Ese golpe fue el punto de viraje de la pelea.
Ahora tomó la batuta Hudkins. En el tercer asalto, Ruby, furioso por la caída, salió como una fiera de su esquina, se olvidó de la ciencia y entró a cambiar golpes con su fuerte contrario. Pero era este tipo de pelea precisamente el que más le convenía a Hudkins.
Al finalizar el tercer asalto, Ruby recibió un nuevo golpe, esta vez un uppercut de derecha, que lo hizo ver visiones. Y no había recobrado el equilibrio cuando ya estaba en marcha el cuarto asalto. Sin embargo, siguió cambiando golpes con Hudkins sin retroceder una pulgada, hasta que recibió una derecha corta en el mentón. Cayó por la cuenta de cuatro y volvió a la pelea. Hudkins vino sobre él como un ciclón. Ruby buscó apoyo en las cuerdas, pero allí mismo lo alcanzó una izquierda que describió una larga trayectoria para darle en la cara con fuerza terrible. Cayó como un fardo y el árbitro hizo el conteo fatal.
Ése fue el final de los éxitos de Ruby en el ring y el ascenso de Ace Hudkins en el firmamento de Fistiana.
A mediados de los años veinte vino del oeste un hombre duro y violento, llamado Ace Hudkins. Fue visto por primera vez en la costa oriental frente a un neoyorquino invicto que respondía al nombre de Ruby Goldstein. Inteligente y pegador, Ruby era la sensación de la gran urbe; y muchos años más tarde se ganaría la distinción de ser reconocido como uno de los mejores árbitros del pugilismo.
La pelea, que tuvo por escenario el viejo estadio de Coney Island, produjo una de las mayores sorpresas del boxeo. Su resultado causó la ruina de un gran prospecto y la elevación a la fama del Gato Montés de Nebraska. Goldstein había hecho una carrera sensacional gracias a su buena cabeza y a la dinamita que llevaba en ambas manos. Y su cara de niño y su apariencia frágil le ganaban la simpatía de enormes muchedumbres. Prometía ser la figura más sensacional del boxeo en la ciudad de Nueva York.
Al comenzar el encuentro, Goldstein se puso de inmediato al mando. Llegaba con su rápido jab de izquierda y exhibía un boxeo depurado, mientras que el Gato abanicaba el aire con sus mandobles locos.
El primer impacto duro, una limpia derecha, envió a Hudkins a la lona por la cuenta de nueve, pero el Gato hizo uso de su experiencia y llegó al final del asalto. Se había desvanecido la oportunidad de Ruby para conseguir un rápido triunfo.
El neoyorquino siguió exhibiendo su excelente boxeo en el segundo asalto, pero justo al sonar la campana recibió una izquierda recta al mentón que lo envió bamboleándose a su esquina. Ese golpe fue el punto de viraje de la pelea.
Ahora tomó la batuta Hudkins. En el tercer asalto, Ruby, furioso por la caída, salió como una fiera de su esquina, se olvidó de la ciencia y entró a cambiar golpes con su fuerte contrario. Pero era este tipo de pelea precisamente el que más le convenía a Hudkins.
Al finalizar el tercer asalto, Ruby recibió un nuevo golpe, esta vez un uppercut de derecha, que lo hizo ver visiones. Y no había recobrado el equilibrio cuando ya estaba en marcha el cuarto asalto. Sin embargo, siguió cambiando golpes con Hudkins sin retroceder una pulgada, hasta que recibió una derecha corta en el mentón. Cayó por la cuenta de cuatro y volvió a la pelea. Hudkins vino sobre él como un ciclón. Ruby buscó apoyo en las cuerdas, pero allí mismo lo alcanzó una izquierda que describió una larga trayectoria para darle en la cara con fuerza terrible. Cayó como un fardo y el árbitro hizo el conteo fatal.
Ése fue el final de los éxitos de Ruby en el ring y el ascenso de Ace Hudkins en el firmamento de Fistiana.