A Hermann Tertsch, que me lo
presentaron un día a la entrada
de Las Ventas y me pareció un buen hombre
José Ramón Márquez
El sexagenario A.A., natural de Torrelavega, lleva repitiendo durante lustros, a todo aquel que le preste un poco de atención -cada vez menos gente, por cierto- esta muletilla: “¡Es que vosotros, chavales, no sabéis vivir!” Llevamos media vida haciendo mofa de la dichosa muletilla y ahora salta la duda de que a lo mejor el tipo tiene razón y que nos estamos perdiendo cosas insospechadas, hasta que viene alguien y nos muestra el camino de la buena vida.
Viene esto a cuenta de que he tenido ocasión de leer algunos menús que proponen dos grandes hoteles de Madrid para las fiestas que se avecinan y la verdad es que te quedas asombrado. Asombra que, mientras los que no tenemos ni idea de vivir andamos dándole vueltas a las cenas de Nochebuena y Fin de Año, que si con el besuguito, que si la lombarda, el pavo, el capón o la pularda, o el consomé clarificado, el corderito, las perdices, los langostinos de Sanlúcar, las angulas, los percebes, el jamoncito ibérico; vamos, con las cosas éstas que vienen consustancialmente con las navidades; de pronto aparecen los cocineros estrella, se plantan en el centro de la pista y proponen sus delirios gastronómicos, para demostrarnos que, en efecto, no sabemos vivir.
En el Ritz, donde antes no dejaban entrar a los artistas de cine, ahora no deberían dejar entrar a su cocina a un tío que trae bajo el brazo un lomo de ciervo con salsa de turrón, flor de Jamaica y crujiente de aceto balsámico, o una esfera de hígado de pato rellena de higos secos con infusión de Rioja especiada y sushi de cecina de vaca con tomate, caviar beluga iraní y aceite de oliva virgen extra de Carabaña, que yo confieso que de todo lo anterior lo único que me suena es lo de Carabaña, por una cancioncilla infantil.
Pues, sin salir del barrio, cruzando la Plaza de Neptuno, en el Palace, se raya en la chaladura a manos de Sandoval, que hace el mejor cochinillo asado del mundo en su casa de Humanes y que tiene por jefe de sala a un matador de toros, y que prefiere traer a la Carrera de San Jerónimo un menú de ‘paisajes galácticos comestibles’ o menú Buzz Lightyear, que se resume en cosas tales como: la Osa Mayor de moluscos y frutos marinos sobre algas yodadas, quasar de huevo incandescente con polvo de jamón ibérico y volcán de setas, espárragos y calabacín y que sigue hasta el infinito y más allá con la galaxia de morrillo de atún rojo sobre círculos cósmicos de nueces y salsa de yuzu, con la corteza planetaria de cordero lechal sobre tecla de uvas y migas crujientes de piñones, y de postre, el esponjoso esférico de Luna plateada con aromas de flores y núcleo de chocolate con especias.
A lo mejor resulta que lo importante, lo que vende, es sólo el nombre; vamos, que el tal cordero galáctico del pobre Mario Sandoval a lo mejor es simplemente un trocito de cordero asado puesto encima de unas migas y con tres cosillas de decoración para justificar el sablazo que te van a meter. Vamos, que se me ocurre que, si a unas patatas bravas como las del Valladares de Francisco Silvela, las cambiasen el nombre por ‘Volcán de tubérculos de cosecha propia en gajos con salsa incandescente al aroma del pimentón de la Vera’ y en el plato te pusiesen tres patatas, o si para llamar a la ración de calamares pusiesen ‘cefalópodos con sus patitas en tempura tibia al aroma del aceite de mil frituras’, seguro que cambiaba de forma sustancial el público de tan castizo establecimiento y comenzaban a llegar gentes de todo el mundo a dejarse fortunas. Debe ser eso. Bueno, y lo del maridaje, que de eso habrá que hablar largo y tendido. Poco a poco vamos aprendiendo.