viernes, 11 de diciembre de 2009

AQUELLOS NIÑOS TOREROS

José Ramón Márquez

Ahí están, mirando a la cámara. Niños toreros que serán toreros. No importa el tiempo que media entre ambas imágenes. Nosotros ahora sabemos que entremedias del blanco y el negro de esas fotografías se encuentran el triunfo, la mala suerte o la tarde que fue y la que no pudo ser. En la ilusión de estos niños toreros, con tantos años de diferencia entre ellos, sólo hay el ansia infantil de vestir de oro, de hacer el paseíllo en las ferias grandes, de ver el propio nombre en carteles de postín. Luego, en la vida, en sus carreras, se encuentran todas las cosas que de verdad hacen a un torero: la cogida fuerte, la verónica aquélla, la estocada hasta los gavilanes, el rugido de Madrid, la Puerta del Príncipe, el triunfo en Bilbao y también la adversidad, el dolor, las elecciones equivocadas. La fortuna es esquiva y no siempre señala a los mejores, o a lo mejor los mejores tan sólo recibieron el don del toreo y no el de la suerte, pero ahora, en esas fotografías, las carreras de los niños toreros, que casi ni han comenzado, están en plano de igualdad, aunque ellos, que miran con curiosidad a la cámara tras sus capotes de brega, con sus gorrillas, con aire grave, saben de sobra quiénes son los mejores, quiénes poseen el don. Ellos no saben que nosotros, desde este lado de la fotografía, conocemos sus avatares, su historia, y que ahora que ya es tarde les podríamos decir haz o no hagas tal cosa, ve o no vayas a tal plaza, júntate o no te juntes con tal gente, porque en esas cosas y no en el fulgor de una faena es donde, con frecuencia, se sustancia la diferencia entre el éxito y el fracaso o la vida y la muerte.