Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Por el pizarrín tuitero de Julia Escobar me entero de los más y los menos entre Jean-Luc Godard y Marguerite Duras (“Yo soy una escritora, no vale la pena decir más”) a propósito de Sartre, el Reverte de la angustia existencial. Godard: “A veces hablas mal de Sartre, tienes un cierto resentimiento”. Duras: “¿Qué es lo que dije? Que él era el gran escritor”. Godard: “No, simplemente dijiste que no es un escritor”. Duras: “¿El Solzhenitsin de un país sin gulag?”
Camino, hoy, de un gulag sin Solzhenitsin (gran victoria en España de la línea Juanito Benet), el nudo godardiano de Duras cobra sentido.
–Sentado a la mesa, ante una blanca , inmaculada cuartilla, pluma en mano, pienso, a menudo, que una de las cosas más limitadas de este mundo es la esperanza –anota Pla en la neutralidad de la guerra del 14 que costó la popularidad, por su honradez ante la barbarie, a Romain Rolland.
Duras, que viene de Indochina y estalla con “Hiroshima, mon amour” (ópera prima de Resnais), le dice a Ullán (“Qué me dices. Entrevistas”) que “políticamente, ya no tengo ninguna esperanza”. Sostiene que la gente que va al cine no va al teatro: “La historia del cine me parece repleta de cosas contables sin necesidad del cine, que suele congelar en lo espectacular lo que pudo fluir de manera más profunda y secreta”. Como sucede con el partido comunista: “Yo estuve siete años en el interior del partido. El militante es infantil. Mi militancia en el PCF fue una especie de prolongación de la infancia. Sartre está en la moda de la culpabilidad intelectual; yo no siento ninguna”.
En Madrid, Duras se hospeda en el Palace, donde desayuna leche insípida: “Todo está en armonía con cuanto se nos da a diario: política falsa, ideología falsa, noticias falsas, informaciones falsas…”
–Me he vuelto completamente sorda a la palabra “política”… Ya no distingo entre el discurso político de derecha y el discurso político de izquierda. Y voy teniendo acceso, como cada vez más gente y en todas partes del mundo, a la total indiferencia…
Situémonos en el tiempo, para los que se caen ahora de los guindos: “No hay diez palabras diferentes entre los discursos de Marchais y Carrillo y los discursos de los comediantes Giscard d’Estaing y Adolfo Suárez. Pero incluso esas pocas palabras diferentes no incorporan ningún matiz diferenciador; responden tan sólo a las leyes del negocio, es una maniobra vilmente comercial. Y una se pregunta: pero ¿qué es lo que quieren?, ¿qué es lo que aporta el poder político?, ¿qué fracasos interiores pretenden enmascarar? La equivalencia entre ellos es terrible, terrible. Todos interpretan la misma película. Todos contribuyen activamente a solidificar la mentira. Y podemos ‘verlos’ en la televisión. Soy telespectadora porque así puedo ‘ver’ la mentira. El periódico, en cambio, no nos permite verla”.
Y concluyó que la única dimensión política seria es la de la indiferencia.
[Viernes, 1 de Noviembre]