jueves, 7 de noviembre de 2024

Collot d’Herbois



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


El fenomenal intérprete de “Huevos de oro” ha estado en La Habana, que es Cádiz con más negritos, si nos dejamos llevar por Antonio Burgos, o la Corte del Rey Sol y Menores a Buen Precio, si nos atenemos a la poética definición propuesta por José García Domínguez.


El fenomenal intérprete de “Huevos de oro” es un personaje que, entre rodaje y rodaje, persigue el ideal platónico de fundir en una sola imagen realidad y justicia, razón por la cual ha aprovechado su parada en la encantadora isla-presidio para pasarse por el cuartelillo del servicio de propaganda de la casposa dictadura comunista y soltar un pensamiento cuya simple formulación le ocuparía, seguramente, todo el vuelo Madrid-La Habana:


Si las cosas marcharan como debieran en este mundo, habría que juzgar a Bush, a Blair y a Aznar por sus crímenes de guerra.


Y si ese tribunal estuviera constituido por los Bardem, miel sobre hojuelas, claro.


Pero, incluso con el Touchard traducido por Pradera en la mano, la declaración del fenomenal intérprete de “Huevos de oro” representa en sí misma la apoteosis de una calabaza, y no merecería más importancia, si no fuera porque estuvo precedida de otra declaración aún más compleja:


Soy sólo un actor, pero también vivo y me duelen las cosas, sucedan donde sucedan.


Sólo un actor. ¡Pues no ha dicho nada! Sólo un actor era Collot d’Herbois, pero también uno de los más elocuentes bocazas de la Convención. Cuando Lyon plantó cara a los terroristas de París, ¿en quién pensó la Convención para arrasar la ciudad como escarmiento? En Collot d’Herbois, que una vez había sido víctima de una rechifla en un teatro lyonés. En compañía de Fouché, por entonces el más canalla de los jacobinos, Collot d’Herbois no dejó títere con cabeza entre el distinguido público que tanto lo había humillado. Ambos pusieron en marcha las carnicerías colectivas por razones humanitarias o “véritable sensibilité”:


Queríamos librar al mundo del espectáculo tremendo de ejecuciones constantes, ininterrumpidas. Sí, hemos tumbado doscientos condenados con una sola descarga, y esto es lo que se nos reprocha. ¡Pero esto es, en realidad, un acto de moderación! Si se arrastra a la guillotina a veinte condenados, puede decirse que mueren los últimos veinte veces. Con nuestro sistema caen veinte traidores a la vez.


Yo creo que, con ejemplos así, la superioridad moral del actor queda (históricamente) demostrada.