Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo ha dicho Milei, un genio del lenguaje directo: “Si imprimir dinero acabara con la pobreza, imprimir diplomas acabaría con la estupidez”. ¿En qué momento se jodió el Perú?, preguntó Zavalita. Cuando los rastacueros cambiaron la formación profesional por el título universitario. En América los pijos demócratas ningunean al votante trumpiano, “deplorable” porque carece de título universitario y no se maneja en las redes sociales, aunque de repente hay redes… y redes. “Obama creyó en las redes”, saludó en España el diario gubernamental el triunfo del Gran Narciso. “Las redes sociales, amenaza para la democracia”, saludó el mismo diario gubernamental el triunfo de Trump, que ya veremos si le dejan pisar la Casa Blanca, ahora que sabemos que la “transición pacífica” de Administraciones consiste en declarar la Tercera Guerra Mundial y volver a las “minas antipersona” aprovechando que ya no está Lady Di para levantar el dedito, gesto que el progreterío internacional reserva para afear a Kennedy su curiosidad por la industria farmacéutica. “Me pasé treinta años intentando eliminar el mercurio del pescado de este país, y nadie me llamó nunca antipescado”, contesta el aludido cuando los “lemmings liberales” lo llaman “Antivacunas”.
Volvamos a los diplomas. En La Moncloa, ese páramo francés de Max Estrella, tenemos a un doctor y a una catedrática que dirigen el país, cuya irrelevancia se concreta en que ni siquiera figuramos en el mapa de objetivos rusos, y eso que contamos con la mítica Ume. Y uno se acuerda de aquel tertuliano de Pla que en el café da una ojeada por encima a los periódicos con las noticias del primero de mayo y en seguida se cansa:
–La gente quiere palo, Coromina. La gente quiere que le racionen el pan y el vino, la carne y el pescado. Está cansada de ser libre y ahora quiere volver a pedir caridad a uno o a otro. Ahora pedirá caridad al Estado, haciendo cola. Quiere volver a la Edad Media, a la época de los sindicatos, a la miseria, al hambre, a las pestes de aquella época. No vale la pena molestarse. Todo esto lo veremos, si vivimos.
En Madrid el café de Pla es la terraza de Ayuso, que para nosotros es como el “bosque” de Jünger, el sabio que nos advierte de que el propósito de todos los sistemas es poner trabas al aflujo metafísico: domar y amaestrar a la gente en el sentido de lo colectivo. De la opinión única de la dictadura a la opinión unánime de la partidocracia. En Estados como estos, nos enseña, “se deposita la confianza en la policía”.
–La gran soledad de la persona singular es uno de los signos característicos de nuestro tempo. Quienes tienen el poder colocan en un escalón más alto de su jerarquía al delincuente común que al hombre que contradice sus propósitos.
Jünger llama “Emboscado” a quien privado de patria por el gran proceso (agendero) y transformado por él en un individuo aislado, acaba viéndose entregado al aniquilamiento.
[Viernes, 22 de Noviembre]