miércoles, 20 de noviembre de 2024

Cortés



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


En un sentido homenaje literario a las bodas gays (abajo la Inquisición, enorme zancada histórica, ya somos Grecia –claro que en pimpollos, no en filósofos– y otros lugares comunes del momento), Raúl del Pozo, columnista de mucho progreso, afirma lo siguiente: “Y a Hernán Cortés le cabían las Montañas Rocosas”.


Esto, desde luego, no viene en mi Madariaga. (“Tres mendas hay en España: Solyenitsin, Albornoz y Madariaga”, cantaba, ay, el nieto del picador, allá en la mina.) Tampoco viene en mi Prescott. Ni en mi Gómara ni en mi Sahagún ni en mi Pereyra ni en mi Martínez. Ni, por supuesto, en mi Bernal.


Bernal Díaz del Castillo, que era de Medina del Campo, escribió el mejor castellano que se conoce para contarlo todo de Cortés, incluidas sus continuas exhortaciones a los indios para que se dejasen de sodomías, pues aquellos indios, cuenta Bernal, eran amigos de “embudarse” y tenían “muchachos vestidos en hábitos de mujeres”. Hasta Cervantes el Loco, bufón de Diego Velázquez, gobernador de Cuba y fiera corrupia de Cortés, hablando del general, por chinchar a su amo, dice: “Mas temo, Diego, no se te alce con la armada, porque todos le juzgan por muy varón en sus cosas.” Es verdad: medía uno cincuenta y cinco, pero sus conquistas femeninas sólo admiten parangón con sus conquistas políticas y militares.


Cómprelo, señor; fue el primer presidente de Méjico –le decía un indio del Yucatán a Foxá, ofreciéndole un anillo con la efigie de Cortés.


¿Puto, Cortés? No sé, no sé. ¡Qué más hubiera deseado el Indio Fernández! (“No cabe duda de que los españoles nos dieron en la madre”, acostumbraba refunfuñar el Indio, imaginando el descomunal espectáculo de la conquista. Aunque su hija cuenta que un día el Indio, que odiaba a los afeminados, rescató al joven Memo Mayodom de unos borrachos que gritaban “¡a este puto lo vamos a hacer barbacoa!”: lo llevó a la cantina, hizo que comiera tortilla quemada para el susto y, abrazándolo, le dijo: “Yo voy a hacer de ti un hombre”. Le enseñó a bailar zapateado jalisciense y se lo entregó al Mariachi México para que lo enseñara a cantar. A los pocos meses, Memo vestía de charro y cantaba ranchero.)


Yo creo que decir que Cortés era una señora para convencernos de lo bueno que es ser señora es tan tonto como aquello que le soltaban a Thomas Bernhard para convencerlo de que aceptara una invitación a la pesebrera universitaria del verano español: “¡Ah! ¡Y Umberto Eco ha aceptado ya!”