Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Pongámonos en la Francia de 1910. La historia la cuenta Ruano, al hilo de una necrológica inmortal sobre un pobre sargento de aviación que se arroja al vacío desde su aeroplano por amor.
Un apuesto capitán ruso de nombre Matsievitch llega a Pau. Es aviador. Y también es miembro de las Sociedades terroristas que preparan la aurora revolucionaria en el imperio de los zares. Los compañeros de terrorismo del capitán Matsievitch están resueltos a aprovecharlo para lo que en su actividad criminal se conoce por “suprimir en silencio”. El método es bien sencillo: Matsievitch no tiene sino que subir en su aparato a un magnate y en la impunidad de la altura, fingiendo una desgraciada maniobra, dejarlo caer en el vacío.
Llegado el momento de la gran prueba, el capitán Matsievitch lleva en su aeroplano a un magnate favorito del zar, que es rendido admirador de quien está considerado como un “as” de la aviación rusa.
Pero no lo mata.
¿Fue un bello gesto caballeresco?, se pregunta Ruano. Mas nada se sabe. Lo que se sabe es la resolución de los compañeros de terrorismo de Matsievitch, a quien condenan a muerte de un modo original: permitiéndole el suicidio...
A la tarde siguiente, prosigue el relato, aclamado por una multitud que ignoraba su tragedia, el apuesto capitán se remonta en el aire, y después de lograr el récord ruso de altura, se pone de pie en el asiento, abandona los mandos y, de un salto brutal, se lanza al vacío.
Su muerte fue vivamente comentada en toda Europa.
En los campos de aviación, escribe Ruano, quedó la última proeza del capitán Matsievitch como una página de antología aérea. Y siempre que un aviador se mataba por entonces, las damas de Francia se preguntaban confidencialmente, estremecidas, el nombre de la ingrata.
Una dama como de esa época –dama de la “gauche divine”, al fin y al cabo–, directora de la Biblioteca Nacional, ante el espectáculo terrorista en Londres, corrió a preguntarse: “Pero ¿quién abrió la caja de los truenos?” Y sin margen para que nadie se anduviera por las ramas, se contestó: “Pensemos en Iraq.” También piensa que Barrabás fue uno de los dos ladrones crucificados en el Gólgota. ¡Ah, el mar de la injusticia universal! Entretengámonos con las rebajas del Sepu de la poesía: “Unión Soviética, si juntáramos / toda la sangre derramada en tu lucha, / toda la que diste como una madre al mundo / para que la libertad agonizante viviera, / tendríamos un nuevo océano/ grande como ninguno...” Señor, cuánta belleza.