Ignacio Ruiz Quintano
Abc
España, un país muy rico en calamidades civiles de todo género, es comparativamente pobrísima en Teoría Política, aunque abunde en suspirados ayes y enfebrecidas condenaciones (Nicolás R. Rico, cuando el profesorado era serio). Así que eso de “Estado fallido” repetido en jaculatoria por las parpayuelas para justificar la catástrofe de la riada lo renombraremos, mejor, como “Estado Folledo”, en homenaje a Luis Folledo, el mítico púgil que un día, en presencia de El Fary, le hizo a Ullán la confidencia definitiva:
–Lo único importante en esta p… vida es saber dónde está el hormiguero para meterla.
Para el Estado el hormiguero es el bolsillo del contribuyente. Todavía estamos chapoteando en el barro de la gota fría y Sánchez (al igual que todos sus predecesores) “ya ha aprobado ochenta y una subidas de impuestos y cotizaciones y pretende implantar cuarenta y seis más el próximo año”. Los liberalios nos pintan en Sánchez a un monstruo que sería el último en ver dos millones de euros antes de que desaparezcan, pero en América el republicano Vivek Ramaswamy, más vivo que un conejo, lo ha resumido en una imagen: el problema con el Estado administrativo no tiene que ver con las malas intenciones de los actores individuales que lo integran, sino con que la máquina cobra vida propia.
Charles Tilly demostró que el éxito europeo del Estado-Nación fue su capacidad para extraer recursos de la población: sus impulsores dieron con la máquina de hacerlo, sabiendo contener, a la vez, los esfuerzos de esa población por resistirse a la extracción. Tilly hace la analogía del “impuesto revolucionario” para explicar la formación del Estado occidental: “La afirmación de que los Estados nacientes ofrecían a sus ciudadanos protección contra la violencia ignora el hecho de que el Estado mismo creaba la amenaza, y luego cobraba a sus ciudadanos por reducirla”.
¿Estado fallido, España? España, gruñe Unamuno, se caracteriza por el epitetismo palabrero: “Todo es ridículo porque se parte del absurdo que importando de Francia unos principios de derecho constitucional se consolida una nacionalidad que está por hacer”. El Estado Folledo es un oso hormiguero que ya está oliendo la posibilidad de destinar una casilla de la declaración de la renta al donativo para el cambio climático, el “drógulus” de la nueva mamandurria. Dibujado, sería como la curva que Arthur Laffer trazó en una servilleta durante una cena en Washington para explicarle al Presidente la “curva de Laffer”: si uno alimenta al caballo con avena de sobra, algo acabará cayendo al camino para los gorriones. El caballo es el Estado Folledo, y los gorriones, todos esos juglares y bufones pensionados por el Régimen. Tilly:
–El retrato de unos hombres que hacen la guerra y el Estado como empresarios que buscan sus propios intereses y los imponen por la fuerza se parece bastante más a los hechos que sus alternativas: el contrato social, etcétera.
[Martes, 19 de Noviembre]