Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cuando Ceferino (cuyas obras en esta vida, buenas o malas, están por llegar) llamó “idiota” a Florentino en una confidencia guasapera a Rubiales, nadie pensó que lo creyera tan en serio como para, con el pretexto del Balón de Oro, montar en París una cena de los idiotas designando para idiota... ¡al Real Madrid!, el club que da sentido al fútbol europeo.
En la cena de los idiotas (“Le Dîner de cons”, película de Francis Veber), Pierre Brochant y sus amigos montan una cena con apuesta: el que invite al mayor idiota será el ganador. Un día, Brochant está exultante: tiene al idiota integral, François Pignon, un funcionario cuyo “hobby” son las construcciones… con cerillas. Pero a Brochant el tal Pignon le sale gafe perdido, y de su mofa resulta una catástrofe, que ojalá que en Ceferino se cumpla en forma de Superliga.
Resumida por Cela, España es un país encabronado por la envidia (¡nuestra proverbial envidia igualitaria!), y tantas copas de Europa en el museo y tantas lamas de acero en el estadio tenían que acabar en esto. La impresión de Cela fue traducida magistralmente al lenguaje universal por Mourinho:
–Ningún equipo es invencible, todos pierden, pero cuando pierde el Real Madrid todos se alegran, porque es el mejor.
Esto vale lo mismo para las alegrías de los pranes mediáticos por el Balón de Oro a Rodri (también se lo hubiera llevado Koke Resurrección, de haberse sumado en su momento al “¡Gibraltar español!”) que para el suicidio de Ancelotti en el Clásico (“p… España, p… Madrid”, por alegrías). El “quarterback” del Balón a Rodri fue Valdano en el diario gubernamental. “El fútbol le debe un Balón de Oro a Rodri”, escribió, como Infantino cuando dijo para animar Catar’22 que el fútbol le debía un Mundial a Messi. Para justificar su ocurrencia, Valdanágoras tira de fenomenología del Espíritu: a Vinicius, viene a decir, lo ha matado su mal papel con Brasil en la Copa de América, pero en la puerta de la gala Seedorf confesó que él envió su voto hacía un año.
Al golferío habitual le ha sentado como un tiro la “espantá” institucional del Real Madrid, porque a los medios los han dejado sin “Dîner de cons”, y ahora tienen que vender su quincallería tirando de Rodri (ausente entre los mejores de la Premier y en el once ideal de la Uefa), cuando lo único que mueve a comprar es Vinicius… o Mourinho, como vemos en esos piperos de meñique en alto (la abogacía da muchos) y su “¡ay, parfavar, parfavar, Mourinho no, que por la tarde tengo ‘Niño Jesús’!”, pues aquí de “señorío” al Madrid le da lecciones hasta Flick, el entrenador del club de los Negreira: “No está bien lo de los videos de RMTV”.
Lo que no está bien es presentarse en el Bernabéu para un Clásico vestido como un mecánico de asistencia en carretera que viniera de cambiarle la rueda a la Kangoo de Laporta. Pero es un gran entrenador, que a Casadó lo hace parecer Pirlo, mientras que a Bellingham el viejo Ancelotti lo hace parecer Casadó.
El Clasico arrancó torcido para el Madrid, con Lucas, Colibrí de Curtis, perdiendo el sorteo, lo que aprovechó, rápido, Raphina (señal de que lo tenía hablado) para cambiar de campo y privar al Real Madrid de la Portería de los Goles en sus remontadas. Lunin hizo el resto, aunque del naufragio personal sólo se salvó Camavinga, con su pata de lengua de camaleón para cazar balones como si fueran moscas. Ni Madrid ni Barcelona jugaron como equipos grandes: sumaron una veintena de errores defensivos. Sólo que Flick tiene un plan, y Ancelotti, por lo que sea, no. Con un juego más viejo que la tos (el fuera de juego), el alemán destrozó al italiano, con Endrick condenado al banquillo. Un payés diría que la cohesión del grupo de Flick se mantiene a base de “tener siempre la olla al fuego y la barretina a punto para tomar el café”. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. Ancelotti prefiere inmolarse en el papel de Juana la Loca con Felipe el Hermoso, que es Modric. Pudo ser un Ere de Oro en Londres: Kroos, Modric… y Ancelotti. Pero se ve que hay que ser alemán para retirarse a tiempo.