Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Algo hemos sacado en limpio de la riada, y es por qué los que mandan nos llaman fascistas a todas horas: “El Estado somos todos”. (Si el Estado somos todos, todos somos fascistas). Lo dice el déspota de La Moncloa, que ahora es Sánchez, como lo son todos los jefes de gobierno en el infausto Estado de partidos. Conque el “deseo” del obispo Uriarte de que el Estado pidiera perdón a la Eta por haberse “propasado” se ve cumplido ahora que todos somos Estado.
–No hay gobierno de progreso en el Estado español, si los que nos queremos marchar del Estado español no sostenemos esa oportunidad –dice Otegui, matando dos pájaros de un tiro: la teoría política y el relato liberalio.
Luis XIV no dijo nunca “L’Etat, c’est moi” (no confundir con el “Emma, c’est moi” de Flaubert a la Bovary); tampoco lo necesitaba: era déspota de cuna (y de cuño español, en tanto que hijo de Ana de Austria). Madame de Staël atribuye su real despotismo a una concepción supersticiosa de su propio poder que le había sido inculcada en la infancia: “Nunca tuvo la menor idea de lo que significa una nación”. Sólo admiró a Boileau (como Sánchez a Broncano). Tras su muerte las finanzas estaban tan desamparadas que hasta Luis XVI no se pudieron enderezar. “El pueblo cubrió de insultos el cortejo fúnebre de Luis XIV y el Parlamento anuló su testamento”.
Sánchez, en cambio, sí ha lanzado la fascistada tremenda, “El Estado somos todos”, y no le falta razón, si tenemos en cuenta que el absolutismo de un jefecillo del Estado de partidos excede con creces al del empolvado garañón de Versalles. Le sobra, acaso, el sadismo de solicitar, haciéndose el tuno, un aplauso al Estado en el balcón, asómate, asómate al balcón, carita de azucena, siendo nosotros quienes ponen la carita y la azucena. Maurice Tillet, el francés del “bear hug” (papel que hoy podría encarnar nuestro Koldo), llegó a proponer que, igual que en el pasado se exigía la etiqueta, en las invitaciones a estrenos se avisara: “Se exige el aplauso”. Y esto cada vez que “el Estado en toda su plenitud está presente”.
Rebajemos el fascismo de garrafón que Sánchez propone con un sifón literario de Gecé sobre el “concepto nube” de Estado, un “sustantivo proverbial”, cuya sustancia procede de una acción: la acción de estar. “Estado” es el participio pasivo del verbo “estar”: algo que participa pasivamente de un verbo que de por sí tiene un sospechoso cariz de pasividad: el “estar”.
–Etimológicamente, todos los indicios nos inducen a afirmar que “Estado” es un concepto antidinámico: quietista.
En España, sostiene Gecé, “estar” denota la cualidad pasajera en un sujeto (Juan “está” malo), y “ser” señala la cualidad permanente en un sujeto (“Juan “es” malo). Así, pues, por lo que dijo de la riada, Sánchez “es” malo. Y por lo que hizo (nada), Sánchez “está” malo. Y ésta, caritas de azucena, es la explicación más fina de su decisión de tocar (y tocarse) los huevos. Estamos buenos.
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[Viernes, 15 de Noviembre]