jueves, 14 de noviembre de 2024

Confucio



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Inauguración del Instituto Confucio en Madrid, réplica del Instituto Cervantes en Pekín. A nuestros viejos misioneros en China siempre los preocupó la compatibilidad de la catequesis cristiana con la “no agresión” al culto de Confucio: culto puramente civil a un filósofo, como el que hoy, aquí, se tributa a un Goytisolo o a un Ferlosio. ¡Había que ver a la ministra de la Educación más fracasada del Occidente, la señora de Arenillas –quien, por cierto, cada día se parece más a Keith Richards (la señora, no Arenillas)–, bajo el retrato de Confucio!


Al igual que el Instituto Cervantes, el Instituto Confucio sirve para colocar de funcionarios a los amigos cursis del Gobierno. La prueba es que el último director del Instituto Cervantes es ahora ministro de Cultura de Rodríguez, y no nos sorprendería que el primer director del Instituto Confucio acabara siendo ministro de Cultura de Hu Jintao.


Gabilondo, rector de la primera universidad española en el “ranking” mundial, la Autónoma, que debe de encontrarse a la cola de las primeras doscientas, no dejó escapar la inauguración del Instituto Confucio de Madrid para decir lo del “referente”, que es la aportación universitaria de España al arte de la retórica occidental:


Espero que este nuevo Instituto sea “un referente” (sic) para la enseñanza del chino (sic).


Si Gabilondo no fuera lugarcomunista tampoco sería rector. Por otro lado, ¿qué le importa Confucio a ningún rector? El invicto zoólogo británico Desmond Morris ha escrito “El hombre desnudo” para demostrar que los “gays” son “niños creativos”. ¿Qué entenderá Morris por “creatividad”? “Creatividad” a mí me parece la de estos funcionarios de la política –ministros, rectores y demás ralea– que, con la cosa de enseñar la lengua, viajan por los cinco continentes a cuenta de Cervantes o de Confucio, que todo cuanto anduvieron lo hicieron a pie. 


Los occidentales somos unos “parvenues”, unos nuevos ricos de la cultura comparados con los chinos –nos advirtió Foxá–. Cuando tallábamos la piedra, ellos ya usaban tarjetas de visita y libros impresos.


Pero vaya usted a explicarle esa obviedad a Gabilondo o la señora de Arenillas, espiritualmente más próximos a Mao que a Confucio. De hecho, los maoístas consideraron las teorías confucianas como venenosas, y para demostrarlo, su líder, un delicado poeta, fusiló a unos cuantos millones de caballeros, mientras hacía poesías a la garza en el río y al nido de golondrinas junto al almendro, y comparaba a Norteamérica con un tigre de papel.