lunes, 9 de agosto de 2021

Liberalismo pocabroma


 La España liberalia

(Al fondo, el Mountain Valley de Wes Anderson

en la carretera Chinchón/Colmenar de Oreja)

 

Hughes

Abc

Francia inventó el Comité de Salud Pública, el orden público napoleónico, y ahora llega el pase Covid, que pone la salud por encima de unas cuantas cosas. Algunas libertades y derechos individuales parece que quedan temblando, pero hay un bien superior que el Estado, con la ciencia en la mano, persigue convertido en Estado sanitario, en Estado terapéutico con trazas autoritarias.

La reacción firme de la Policía de Macron permite pensar además en un Estado dual, fuerte-flojo: implacable con algunos, permisivo con otros. Siguió sucediendo durante el Covid: se restringían las libertades, pero nadie osaría pedir PCR en frontera al flujo migratorio; hay zonas ‘no go’ y policías entrando en casas o iglesias.

En España lo del certificado se plantea sin el lujo de lo unitario. Lo sugieren los caciques lingüísticos regionales en un caos deliberado del Estado autonómico antes de su evolución a otra cosa. Inventen lo que inventen en la federalia ibérica, ¿cuál será su modelo? Pues los liberalios nos han estado hablando maravillas del liberalismo merkeliano y macroní, pero ¿qué liberalismo es este que obliga a ir con código sanitario y reparte porrazos todos los domingos por la fraternité?


Este ‘liberalismo pocabroma’ de los franceses lo vio José Antonio Primo de Rivera (con perdón), que además retrató la afectación de sus imitadores españoles: «Se dijera que el liberalismo fuera de España no había pasado de ser un lujo intelectual: una especie de broma para los tiempos fáciles. Francia, por ejemplo, la que puso en más eficaz circulación el liberalismo, tiene buen cuidado de arrumbarlo en cuanto las cosas se ponen serias. En Francia no se juega con la Policía -de planta napoleónica-, ni con la Ley -con guillotinas y Guayanas a su servicio-, ni con la patria -guarnecida de implacables consejos de guerra-. El liberalismo sirve para charlar y para tolerar discrepancias superficiales. Pero en España, no; aquí lo habíamos tomado en serio. Las cosas esenciales estaban indefensas, porque temíamos que el defenderlas demasiado resultara antiliberal. Nuestros políticos vivían en la constante zozobra de pasar por bárbaros si se desviaban de los figurines liberales. Así, como palurdos invitados a una fiesta, se ponían en ridículo a fuerza de exagerar la finura de los modales».

En otro lugar insistía en ese carácter ‘salonard’ y un poco pitiminí: «El liberalismo seguido siempre por los señoritingos que lo cultivaban artificiosamente, como exclusivo de las castas superiores. El liberalismo fue así desde su principio. Nació y lo pusieron en moda con sus doctrinas el señoritismo brillante del siglo XVIII, los petimetres que hablaban de liberalismo y de nivelación social para entretener sus ocios con las duquesas en los elegantes salones en sus medios artificiales».

Hoy como ayer. Pero todos con el certificado en la boca.