domingo, 22 de agosto de 2021

Bonifacio


 

Abc, 11 de Julio de 2001


Ignacio Ruiz Quintano

No se dejen engañar por el nombre de Bonifacio, dice Guillermo Cabrera Infante, que Bonifacio quiere decir buena cara. Y lo aclara: «No es un duro de película, es un duro de pelar.»

Hacía tiempo que un enfisema pulmonar amenazaba con dejar a Bonifacio como a Chenel, sin aire que llevarse a la boca, retorcido como uno de esos fantásticos estafermos que en sus cuadros suelen asomarse haciendo el buz, que es la cortesía de los estrangulados. Un día, creyendo llegada la hora de las boqueadas, avisó al doctor, y por prescripción facultativa dejó el tabaco. Entonces se volvió todavía más arisco. Para persuadirse de la importancia que para la vida debe de tener el oxígeno, adquirió en una fundición donostiarra tres máscaras de soldador, las colgó frente a su cama y, acto seguido, dijo a su cuadrilla la frase sacramental: «¡Dejarme solo!»

Bonifacio, en efecto, es un duro de pelar. La prueba es que, apenas recuperado el resuello, Bonifacio ha reaparecido; lo ha hecho al mediodía, pero en la Viña P, que es su plaza madrileña. Allí, la parroquia de sol no es menos atenta que la de sombra, y sus miembros reciben a Bonifacio con esa alegría que sólo conocen los españoles que vieron caminar a Rafael el Gallo. Con la leyenda de noche a cuestas que Bonifacio lleva encima, lo malo es buscar un pretexto para  reaparecer de día, y él lo encuentra en dedicarte un libro que le han sacado en Cuenca. En sus dedicatorias, a mano de retablero, resuelve el milagro del afecto con la gracia inquietante de un exvoto, pero por su proverbial habilidad, desdeñosa y sarcástica, para escabullirse del barullo anónimo de la publicidad sólo accede a trullarte el libro a toro pasado, es decir, con la exposición «Bonifacio en las colecciones conquenses» ya clausurada, no sea que pienses que te lo dedica para que se lo reseñes, pues  Bonifacio, hay que decirlo, y lo dice en ese mismo libro Cabrera Infante, no soporta a los idiotas ni a los intrusos ni a los críticos de arte de ninguna parte.

En el libro que a Bonifacio le han sacado en Cuenca, donde pintó durante veinte años—nada menos que en la  calle del Trabuco, con vistas al Corazón  de Jesús—, al abrigaño de las tentaciones de los toros y del jazz, además de Guillermo Cabrera Infante, opinan, entre otros, Juan Marsé, que termina levantando las manos ante el tridente flamígero de Bonifacio: esperpento, ternura y sensualidad. Ramón Chao, que continúa oyendo las trompetas de.jazz que Bonifacio hace estallar en las telas. Antonio Saura, el primero en ramonear esas vulvas, senos y nalgas de suprema belleza. Severo Sarduy, que al final se quedó con las ganas de saber de qué grutas, de qué día siempre retraído y letal, emanan los extraños claustros de Bonifacio. Serge Fauchereau, que descubre al hechicero que hay detrás del pintor, frente al cual no cabe discutir, porque no se tiene nada que decir: «Allí te consumes y te ahogas, te empantanas, te asfixias, te enmarañas, te golpeas.» O Fernando del Paso, que renuncia a echar mano de la línea recta para acercarse a la retorcida, voluptuosa y bárbara realidad (o irrealidad) de Bonifacio.

La línea recta no da sino para entender el toreo moderno, y a Bonifacio lo que le tira es la belleza antigua del teorema geométrico —la geometría actuada de señorear los movimientos del toro, absorbiendo y gobernando su embestida— de cuya veracidad dio cuenta un dilettante José Tomás, el día que levantó la tapa del alacranero. Hasta entonces, de este teorema sólo se entendía fácilmente la cogida: una cogida apartó de los toros a Bonifacio, que no se rindió, y buscó la demostración en la pintura. Ahora que vuelve a pindonguear, aunque sea a costa de convertirse en lo que en la Viña P se llama un «sinta» —sin tabaco, sí señor, aunque por prescripción facultativa—, con lo que tamaña renunciación supone —«fumar te daba un distanciamiento que no te lo da chupar un caramelo»—, a Bonifacio sólo se le escapa, entre bocarte y bocarte, un resentimiento, y es que nunca lo ayudaran a ser figura —«pero... ¡figura, figura!»— del toreo.

 


Una cogida apartó de los toros a Bonifacio, que no se rindió, y buscó la demostración en la pintura. Ahora que vuelve a pindonguear, aunque sea a costa de convertirse en un «sinta» —sin tabaco, sí señor, aunque por prescripción facultativa—, con lo que tamaña renunciación supone —«fumar te daba un distanciamiento que no te lo da chupar un caramelo»—, a Bonifacio sólo se le escapa, entre bocarte y bocarte, un resentimiento, y es que nunca lo ayudaran a ser figura —«pero... ¡figura, figura!»— del toreo



MEMORIA DE BONIFACIO ALFONSO
1933-2011
 
 
Ignacio Ruiz Quintano
Madrid, 1993

A vista de las encabritadas imágenes de Bonifacio, un lego perdería los estribos como don Quijote ante las tobosescas tinajas.

    He ahí la ardiente oscuridad de Bonifacio.

    Habría que ser pintor, y entretenerse en no entender a Bonifacio, para mejor recrearse en sus imágenes.

    Eso mismo hacen los poetas con Góngora: “¡Goza, goza el color, la luz, el oro”.
    
Sólo que, mientras la oscuridad de Góngora se desvanece en cuanto se deshace el nudo de la sintaxis, la oscuridad de Bonifacio, una vez deshilada, persiste, y nos encontramos entonces en medio de una oscuridad mallarmiana: aquella oscuridad que Mallarmé perseguía para devolver su confusión a las cosas, la confusión en que las recibe el alma.

    El pintor, al fin y al cabo, es, como dice Roberto Matta, aquél que sabe ver otras cosas (“el que despierta el verbo ver”), y las imágenes, únicamente hojas desprendidas del árbol de la imaginación.
    
Bajo el chasqueante árbol de la imaginación de Bonifacio, Matta, que tiene alma de exiliado (“el arte es el deseo de lo que existe, y generalmente el instrumento para realizar ese deseo”), puede llegar a extasiarse como se extasió Eneas al ver en las pinturas de Cartago representada la guerra de Troya.
    
A Matta y Bonifacio los une la cortada y nerviosa geografía vasco-francesa y un mismo estorbo y postergación: ambos abominan de los cornudos del viejo arte moderno y no ven en la gran escuela de Nueva York, “que es la que está en candelero y la que desgraciadamente impresiona a muchos muchachos”, otra misión que la de hacer un chiste divertido con colores, “cuya gracia es que queda bien en el muro”.
    
Matta representa el magisterio: en ochenta años ha intimado con Lorca y con Magritte, con Moore y con Duchamp, con Pollock y con Gorky, con Dalí y con Breton, que lo confirmó en el superrealismo, o en esa forma de ver lo escondido con que enriquecer la realidad.
   
 
Bonifacio

 
Bonifacio representa el autodidactismo.
    
Matta dice que Bonifacio sale de la mancha:
 
Tú sales de la mancha. Eso es lo bueno. Ése es el gran consejo de Leonardo. Por eso tus cuadros se tienen que mirar por todos los lados. Lo mejor de ellos es la línea. Es una línea de veras, natural. A mí me importan mucho las líneas naturales, y me he hecho una reserva de líneas poco conocidas, como, por ejemplo, los huevos del piojo, que nadie conoce
    

LOS HUEVOS DEL PIOJO
    
La gente conoce las patas del caballo, pero no los huevos del piojo, y hablo de los huevos, huevos, los que tiene el piojo entre las piernas. Y otras cosas, otras formas, como la enfermedad del hígado de una oveja… Igual que tu línea, que es una línea que canta, que baila… Son las líneas que uno encuentra en la anatomía, en la zoología, en las partes más complicadas del ser humano. Entre tus líneas ocurren cosas tan divertidas como las conversaciones entre don Quijote y Sancho sobre las artes militares y las bellas letras. ¿Sabes? Nadie ha leído el segundo Quijote, y en la España de Montesinos hay cosas increíbles, como en tus cuadros, que tienen algo cervantiano. Imaginemos que a un abuelo nuestro de esa época le pusieras tú, hoy, en Madrid, en las calles de Alcalá y Gran Vía: sólo con abrir los ojos, se volvería loco. Y eso es lo que nos estás contando

IDEAS Y RAYAS

    …pero la gente, cuando tú muestras una cosa así, no ve nada. A lo sumo, ve rayas, y tus cuadros están llenos de ideas por todas partes, pero has de ser tú mismo quien organice esas ideas, para que se vean. ¿Sabes qué hago yo? Cubro con carboncillo, que se puede limpiar muy bien, ciertas partes, y luego las descubro, hasta que cada cosa toma cuerpo en la escena, que las otras ya tendrán la palabra más tarde. Si no, es como ir con la casa a cuestas, y siempre conviene sacrificar algo. En el fondo, se trata de orgnizar los cuadros, aunque no es necesariamente cierto lo que yo diga. De hecho, toda la escuela de Nueva York diría que mis opiniones son las tonteras más terribles, que soy un viejo idiota que no se acuerda de cómo están cambiando las cosas, y todo eso, pero ellos no hacen en todo el día otra cosa que un tarro de sopa, y a mí no me interesan, a pesar del mercado

FIRMAS Y FONDOS

    …el ideal mercantil es una firma en un fondo azul. Picasso decía una cosa que es muy cierta, aquélla de que de los jóvenes a uno le gusta lo que se puede robar, ¿y qué se puede robar de esos jóvenes del tarro de sopa? Lo que pasa es que la gente está acostumbrada a ver un cuadro donde se ve un tarro de sopa, y entonces quieren que todo sea tan claro como el tarro de sopa. Yo he leído siempre una cosa: hay que terminar los cuadros como Miró

TERMINAR EL CUADRO

Miró es relativamente fácil, pero resulta bueno para el fin, porque hace pam, pam, pam. No basta en todo, pero es fundamental que el cuadro termine así, en vez del puntito y la rayita, como el idiota total que es Calder, que hace un Miró pésimo. Tú, en cambio, tendrías que hacer algunas esculturas para la gente, que la gente aprenda a leerte, y la gente aprendería a leerte si antes lo viera en una escultura, porque yo creo que en cada uno de tus cuadros hay tres cuadros formidables, y es como si en una pieza de Shakespeare todo el mundo hablara al mismo tiempo, porque todos tus personajes tienen la misma fuerza. A mí me fascinan porque yo sé leer, pero la gente no lee, y a un cuadro que uno ha trabajado mucho no le da ni el tiempo que le daría a un disco

EL MERCADO ESPAÑOL

    …a un disco suele dedicarle la gente unos tres minutos, y yo nunca he visto a nadie que esté tres minutos frente a un cuadro, y menos en España. Yo tuve aquí l experiencia más linda que haya vivido en una galería. Una galería me había comprado un dibujo, y me dijeron, cuando volví por allí, que querían la plata y que tomara el dibujo. En fin, la historia de mi vida. Como no me había gastado el dinero, se lo devolví, y ésa fue mi única experiencia comercial con España. Por eso tú, si quieres que la gente te lea, has de encontrar una sintaxis. Si tú escribes un poema, hay la palabra azul, la palabra luna, la palabra amor…

LOS TÍTULOS DE LOS NIÑOS

    …puedes darle a la gente todas las palabras, y que la gente haga el poema, pero la gente no lo aceptará, porque la gente lo quiere hecho. Y con un título. El título, en un cuadro, aclara mucho las cosas, porque funciona como una especie de banda sonora al lado. Los pintores tenemos que contar las historias como las cuentan los niños. Los niños, cuando dibujan, dicen: el papá trajo, la mamá llevó… Igual hemos de hacer nosotros, con otro sistema: con Góngora, con Lope, con quien sea. A mí me encanta lo que tú haces, pero has de organizarlo para los demás, aunque hay en ti una especie de rechazo a servirse de toda esa creatividad, porque prefieres vivirlo así

EL EDIFICIO PICTÓRICO

    …tienes todas las ideas, pero rechazas el edificio, y yo creo que lo que la gente llama la pintura es un edificio, es la cosa hecha “aquí esto, aquí eso, aquí aquello”, que resulta más comestible. En el fondo eres un improvisador que se despega de escribir la música: te basta con cantar. Pero si quieres entrar en el mundo, has de escribir, además de cantar. Porque tu pintura es formidable, rica en imágenes como una página de Cervantes.