lunes, 10 de agosto de 2020

La flor de la canela

Bonifacio Alfonso


Ignacio Ruiz Quintano

Abc

Jazmines en el pelo y rosas en la cara, airosa caminaba la flor de la canela: derramaba lisura y a su paso dejaba aroma de mixtura que en el pecho llevaba. Déjame que te cuente, limeño, ay…

Así regresó de Manchester el Madrid de Zidane, que se dejó ante el City su flor de la canela, a la que debemos un solemne entierro en el Bernabéu.

Fue en Inglaterra, cuna del fútbol, donde surgió un Ruskin con los santos huevos de proponer, como solución a la lucha de clases, repartir entre los obreros macetas de flores (“flower’s post”).

El pintor Bonifacio Alfonso contaba muerto de risa que el escultor Agustín Ibarrola le propuso una vez concienciar a la clase obrera con grabados: irían juntos a la salida de los Altos Hornos y repartirían sus grabados entre los obreros.

¡Coño, Agustín! ¡Que nos van a tomar por m…! –objetaba Boni, frustrando la operación “Cultura ‘pal’ Pueblo” cuya idea pongo a disposición del alcalde Almeida, que tiene sensibilidad de “Abogao del Estao”, para sofocar las revueltas de la “rentrée” en la capital.

Eliminados de Europa otra vez en octavos, ¿de qué van a llenar ahora sus absurdos domingos los piperos?



¿De qué llenan, cuando están libres, sus absurdos pequeños domingos? –se preguntaba retóricamente Antoine Marie Jean-Baptiste Roger Conde de Saint-Exupéry, el Míster Bean lyonés, pero autor de “El Principito”–. Una vez, en Rusia, oí a Mozart interpretado en una fábrica. Lo escribí.

Saint-Exupéry quería amenizar con Mozart el viaje de los obreros a sus currelos, haciendo del Metro aquel ferrocarril de Matallana que verbalizara el ex pobre (Zapatero lo sacó de pobre con la piñata de un Cervantes por la jeró) Gamoneda. No es cosa de poner el Réquiem de Mozart en el Bernabéu (tampoco tendría que serlo de poner el motete de la Décima), pero, a modo de terapia, la flor de la canela de la Pradera aliviaría el síndrome de desposesión que acomete al piperío. ¡Parecía una Champions tan nuestra!

Aceptar que la flor de Zidane no es invencible requiere de un proceso de descompresión. Aceptar que Guardiola pasará a la historia como el hombre que mató a Liberty Valance, que tiene en Valdano a su John Ford.

Salvo Messi, la comunidad argentina en España es verbalizante (en castellano, sacamuelas): sor Lucía, Echenique, Pisarello… y Valdano. De Valdano al piperío madrileño le molesta que, habiendo sido director general del Madrid, tuerza por Guardiola, pero es que Guardiola es Roures y Roures, con su aspecto de basilisco de la lucha de clases, es la pitanza mediática del fútbol. Sin ese instinto de Valdano para la orientación, su carrera, en vez de Alavés-Zaragoza-Madrid (más un Mundial con Maradona que uno tuvo el privilegio de vivir), hubiera sido Madrid-Zaragoza-Alavés más los vicetítulos de Messi.

El caso es que Zidane, con sus errores, se ha dejado comer la flor por Guardiola, que no necesitó de muchos aciertos para su “bunga bunga” en el Bernabéu y en el Ethiad, donde el francés del Visitante Nocturno tuvo el detalle de sacar a Lucas Vázquez, que es como sus botas de siete leguas, para poder decir que cayó con las botas puestas.

El misionero no siente una satisfacción más profunda por convertir al caníbal que la que siente el caníbal por comerse al misionero –recuerda Pulitzer a sus discípulos, esos a los que Trump ha repasado el lomo en Bedminster.

Hasta que arranque, si es que arranca, la próxima Liga, disponemos de muchos pensamientos para tener entretenida la cabeza en estas noches de insomnio. Zidane no es invencible, exactamente igual que hace cinco siglos Cortés dejó de serlo en su Noche Triste, decidida por el astrólogo Botello, un fantasma como tantos que puedan aconsejar a Zidane, que ya no es invencible y todos los entrenadores lo saben. Será delicioso ir por esos campos a “asustar a un notario con un lirio cortado”, porque con Modric-Casemiro-Kroos, que es el responso de Zidane, ya no asustamos ni a un registrador de la propiedad.



EL PALO DE BALE

Para el porvenir, lo malo no es el giróvago de Isco ni el antifonario de Hazard, sino el palo de Bale, que no quiso viajar a Manchester a leer un libro en el banquillo. Hablamos de golf: ¡un palo de golf! Las lagartijas con cantimplora por las esquinas, y Bale jugando al golf, mientras Lucas Vázquez corre la banda del Ethiad hecho un “bay watcher” de Brighton. Al proletarizarse, el periodismo deportivo se ha vuelto “engagé” (el viejo “As” de Hebrero San Martín parece “El Motín” de Pepe Nakens con alguna cuña de fútbol) y que un futbolista juegue al golf se le hace un crimen burgués de pelotas. El cronista deportivo es lo más culto (de “cool”) que despacha hoy el periodismo, y su modelo para la suplencia de Bale es la carrera de Lincoln, que estudió a Euclides en el Congreso cuando tenía casi cuarenta años (los que piensa cumplir toda la plantilla del Madrid con Zidane), pues arrastraba hambre de sabiduría, ya que su formación académica había consistido en un libro prestado que leía a la luz del hogar.